El espíritu del liberalismo y su enemigo cultural: dos visiones cinematográficas
El cine, más que un simple entretenimiento, es un reflejo de las tensiones ideológicas que atraviesan nuestras sociedades. En el corazón de este arte, encontramos relatos que exponen la grandeza del esfuerzo individual y la libertad, así como narraciones que, bajo el ropaje de la justicia social, esconden un veneno corrosivo para el espíritu de la autonomía y el mérito. En este artículo, exploraremos dos películas que representan estos polos opuestos: Pretty Woman, que encarna el ideal del liberalismo basado en el esfuerzo y la autodeterminación, y El diablo viste de Prada, que exhibe los estragos del marxismo cultural en la psique colectiva.
Pretty Woman (1990): La exaltación del esfuerzo individual y la libertad
Dirigida por Garry Marshall y protagonizada por Julia Roberts y Richard Gere, Pretty Woman moderniza el cuento de Cenicienta en el contexto del capitalismo estadounidense. Edward Lewis (Richard Gere), un exitoso empresario, contrata a Vivian Ward (Julia Roberts), una prostituta de espíritu libre, como su acompañante por una semana. A medida que ambos se conocen, Vivian demuestra inteligencia, encanto y una capacidad de adaptación sorprendente, mientras que Edward comienza a cuestionar su enfoque frío y calculador de la vida y los negocios.
La historia celebra la capacidad del individuo para superarse mediante la autodisciplina y la ambición. Vivian no es presentada como una víctima del sistema, sino como alguien con el potencial de cambiar su destino a través del esfuerzo y la oportunidad. La película no impone un discurso de lucha de clases ni victimización, sino que subraya el valor del trabajo, la superación personal y la importancia de la elección individual. La transformación de Vivian simboliza la posibilidad de éxito para aquellos que buscan mejorar sus vidas sin esperar concesiones externas. Su historia es la afirmación del espíritu americano de libertad y autodeterminación: quien trabaja duro y se adapta, prospera.
El diablo viste de Prada (2006): La corrosión del espíritu liberal por el marxismo cultural
Dirigida por David Frankel y protagonizada por Meryl Streep y Anne Hathaway, El diablo viste de Prada explora el mundo de la moda de alta gama a través del prisma de la ambición, el esfuerzo y el sacrificio personal. Andrea "Andy" Sachs (Anne Hathaway), una joven periodista, consigue un puesto como asistente de Miranda Priestly (Meryl Streep), la temida editora de Runway. Inicialmente desinteresada en la moda, Andy se esfuerza al máximo, se adapta y demuestra su valía, logrando ser reconocida en un mundo altamente competitivo.
Sin embargo, la película introduce una narrativa que socava la filosofía del esfuerzo. Andy se enfrenta a un dilema moral en el que su desarrollo profesional se presenta como un sacrificio de su "autenticidad" y de su relación con una pareja poco ambiciosa, quien a sus 30 años se siente ignorado porque ella no llega a tiempo para su cumpleaños. En lugar de exaltar la autonomía de Andy y su evolución profesional, la película opta por demonizar la exigencia laboral y glorificar un sentimentalismo que premia la mediocridad sobre la excelencia.
Más allá de la simple narrativa de sacrificio personal, El diablo viste de Prada introduce una peligrosa visión de la vida laboral donde la excelencia se convierte en un defecto. El trabajo duro, el perfeccionismo y la exigencia son presentados como sinónimos de opresión y alienación, mientras que la falta de ambición y la comodidad de una vida ordinaria son ensalzadas como la opción moralmente superior. Se insinúa que aquellos que exigen alto rendimiento son villanos y que quienes aspiran a la grandeza deben pagar un precio demasiado alto.
Además, la historia introduce sutiles matices de marxismo cultural al retratar el mundo del lujo y el poder como intrínsecamente opresivos, insinuando que el éxito en la élite solo puede lograrse a costa de la felicidad personal y la autenticidad. Este enfoque diluye el mensaje de meritocracia y reafirma una visión colectivista donde el sacrificio personal por un ideal mayor es visto como una traición a los valores "humanos", perpetuando el adoctrinamiento ideológico que mina el espíritu libre de Estados Unidos. En última instancia, la película vende la falsa idea de que el éxito y la felicidad son mutuamente excluyentes, socavando el ethos de la autosuperación y la responsabilidad individual.
Conclusión
El cine es una poderosa herramienta para moldear la percepción del mundo. Mientras Pretty Woman celebra la libertad individual y la cultura del esfuerzo, El diablo viste de Prada introduce una narrativa que, disfrazada de autodescubrimiento, menosprecia el mérito y glorifica la victimización. Una ensalza la capacidad del individuo para forjar su propio destino sin depender de estructuras externas, mientras que la otra promueve una mentalidad conformista y resentida que rechaza la excelencia en favor de una igualdad artificial.
La lucha entre estas dos visiones no es meramente estética o narrativa, sino una batalla de valores que definirá el futuro de nuestras sociedades. La pregunta es: ¿permitiremos que el veneno del colectivismo siga corroyendo la esencia del mérito y la autodeterminación, o reivindicaremos el cine como un espacio de inspiración para el espíritu libre?