El Conde Duque de Olivares acabó cansado de que los catalanes no aportaran ni un real al ejército que les defendía

Antecedentes al Corpus de Sang

El Corpus de Sang, de H.Miralles (1910)

En el 1621 empezó a fraguarse lo que sería el Corpus de Sang. Se iniciaba el reinado de Felipe IV, el cual dejó el gobierno en manos de Gaspar de Guzmán y Pimentel, conde-duque de Olivares. Este quiso imponer en la Corona de Aragón un impuesto que ya estaba establecido en Castilla. Nos referimos al quinto. ¿En qué consistía? Algunas ciudades y municipios tenían que pagar una quinta parte de sus ingresos a la tesorería real.

En las Cortes realizadas en Barcelona en el 1599, el rey Felipe III renunció a todos los quintos atrasados. Aun así, el lugarteniente de Cataluña -Francisco Hurtado de Mendoza, marqués de Almazán- quiso mejorar este impuesto. Así, a partir del 1614, vio cómo se aumentaban los ingresos. El nuevo lugarteniente de Cataluña -Francisco Afán de Ribera y Enríquez, duque de Alcalá de los Gazules- exigió el quinto a la ciudad de Barcelona, con efecto retroactivo desde el 1599. Esto suponía que la Ciudad Condal ingresaría a la tesorería real 300.000 libras. Aquel acto supuso el fracaso de las Cortes de Barcelona de 1626.

Se intentó de nuevo establecerlo en el 1632 y, en el 1634, el Rey quiso inspeccionar los libros de cuentas de Barcelona. Aquella ofensa, según los mandatarios barceloneses, no terminó aquí. Fueron detenidos cuatro miembros del consejo y se procesó a Jeroni de Naval. Aquello tensionó la relación de los estamentos catalanes contra la Corona. Fue el pistoletazo de salida para revelarse contra una política, según ellos, opresora. Con el tiempo se dieron cuenta que estaban equivocados.

Retrato ecuestre de Gaspar de Guzmán y Pimentel (1587-1645), conde-duque de Olivares y valido del rey Felipe IV de España

La Unión de Armas del 1626 fue el segundo pistoletazo de salida. Fue una propuesta del conde-duque de Olivares por la cual los reinos, estados y señoríos de la Monarquía Hispánica contribuirían en hombres y dinero a su defensa, en proporción a su población y a su riqueza. Con lo cual la Corona se evitaba pagar un ejército regular y este era financiado por cada una de las divisiones territoriales. ¿Qué divisiones? Pues eran Portugal, Cataluña, Nápoles, Aragón, Milán Valencia, Sicilia y las Islas mediterráneas. Lo que pretendía el conde-duque de Olivares era unificar las leyes vigentes en toda España.

Por aquella época la política llevada a cabo por los Austria había entrado en decadencia. A esto se unió el inicio de la guerra de los Treinta Años. Felipe IV contribuyó económicamente. Esto supuso que el Consejo de Hacienda se negara a hacer frente al pago establecido por el rey, al estar las armas reales en situación de quiebra. Es más, hasta esa fecha Aragón, Valencia, Cataluña, Portugal y Navarra no contribuían económicamente con respecto a lo que traían de las Indias. Es decir, solo Castilla pagaba impuestos y el resto estaban libres de ellos. Esta situación complicaba la economía de Castilla y más con la guerra de los Treinta Años.

De ahí la Unión de Armas. La idea del conde-duque de Olivares era tener un ejército de reserva reclutado y mantenido por los territorios que no aportaban impuestos a la tesorería real. La idea era tener 140.000 mil hombres en reserva. En Cataluña le tocaba aportar 16.000 soldados. Con esta unión de armas, si cualquier provincia era atacada, cada reino, estado o señorío aportaría una séptima parte del ejército de reserva. Si atacaban Flandes, Milán Valencia o Nápoles -durante la guerra de los Treinta Años Portugal, Cataluña, Aragón, Sicilia o las islas del mediterráneo, enviarían la séptima parte de su contribución como miembros de la Unión de Armas. Hemos dicho que Cataluña tendría 16.000 soldados en reserva. Pues bien, a Cataluña le tocaría mandar 2.256 soldados. Y así sucesivamente según el número de soldados en reserva.

Si no eran movilizados, cada uno de ellos, continuaba en sus lugares de trabajo sin cobrar. Era una manera de aliviar la carga de la tesorería real con soldados no profesionales. Pero, como apunta John H. Elliot, el fin último era que las diferentes provincias se fueran acostumbrando “a la idea de la cooperación militar se prepararía el terreno para la completa unión de las provincias de la Monarquía”.

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Aquella unión fue mal recibida por todos los implicados, menos Castilla. Todos ellos argumentaron que con aquella reunión ellos perderían sus fueros. En Cataluña ningún soldado se enfrentaría a un enemigo fuera de los límites territoriales y lo mismo sucedía con los otros. Además, como escribe el historiador Joseph Pérez: “el propósito de crear una nación unida y solidaria venia demasiado tarde: se proponía a las provincias no castellanas participar en una política que estaba hundiendo a Castilla cuando no se le había dado parte ni en los provechos ni en el prestigio que aquella política reportó a los castellanos, si los hubo”.

Como hemos dicho, las Cortes celebradas en Barcelona en el 1626 fueron un fracaso. No solo por el impuesto del quinto sino con referencia a la Unión de Armas. Se consiguió que Cataluña aportara 1.000 hombres y quince plazos anuales de 72.000 ducados por año. Cifras muy alejadas de las calculadas por el conde-duque de Olivares. Hubo otras Cortes en el 1632 a la espera que Cataluña aceptara la Unión de Armas. Estas fracasaron como las anteriores. Las relaciones entre el Principado de Cataluña y la Corona estaban rotas.

El conde-duque de Olivares quedó harto de Cataluña. Al virrey de Santa Coloma le comentó que “Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella… que se ha de mirar su la constitución dijo esto o aquello, y el mensaje, cuando se trata de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia”. El conde-duque de Olivares quería modernizar España. No lo consiguió y fracasó. Con el impuesto quinto, la Unión de Armas y las dos Cortes fracasadas, la suerte estaba echada para promover lo que conocemos como Corpus de Sang.