O el CDU se reafirma en los valores que hicieron grande a Alemania -soberanía, meritocracia, seguridad y realismo económico- o estará condenado a la irrelevancia

Alemania: ¿El CDU caerá en la trampa de la izquierda?

Los resultados provisionales de las elecciones en Alemania confirman una realidad innegable: el país sigue atrapado en una crisis política y económica gestada durante años de gobiernos entregados a la ideología de la izquierda. La pregunta que se impone ahora es si el CDU aprenderá la lección o si, por el contrario, seguirá el mismo camino de sumisión que ha llevado a la irrelevancia a los liberales del FDP.

El hundimiento de los liberales es el ejemplo más reciente de lo que ocurre cuando un partido con vocación de gobierno traiciona su base ideológica para acomodarse a los designios de la izquierda. Durante la última legislatura, el FDP jugó el papel de cómplice de un gobierno socialdemócrata que ha empujado al país al borde del colapso económico y social. La desindustrialización, el aumento del endeudamiento público y el deterioro de la seguridad ciudadana han sido consecuencias directas de un modelo político que prioriza la ingeniería social sobre el pragmatismo económico. El precio que han pagado en las urnas es la prueba de que el electorado no perdona a quienes se convierten en meros administradores de la agenda progresista.

El CDU se encuentra ahora en una posición crítica. Durante años, ha oscilado entre el pragmatismo y la tibieza, permitiendo que el discurso de la izquierda penetre en su propia estructura. La era Merkel, con su falsa apariencia de conservadurismo, demostró que la claudicación ideológica solo lleva al debilitamiento del partido. Merkel, con sus políticas de fronteras abiertas y su desmantelamiento del sector energético en favor de una utopía ecológica, estableció las bases del actual declive del país. Si el CDU quiere sobrevivir, no puede cometer el mismo error de nuevo.

Pactar con la izquierda significaría legitimar políticas que han empobrecido a Alemania: una transición energética suicida que ha hecho al país dependiente del gas ruso y la importación de energía a precios elevados, una política migratoria descontrolada que ha generado fracturas sociales y una burocracia estatal que asfixia la economía con regulaciones ideológicas que castigan la productividad. Alemania, que una vez fue el motor de Europa, ahora ve cómo su tejido industrial se traslada a países con políticas más favorables para la inversión y el empleo. La economía alemana ya muestra signos evidentes de deterioro, y cada vez más ciudadanos han dejado de creer en la farsa de un Estado benefactor que reparte subsidios mientras destruye la base productiva del país.

Si el CDU decide seguir los pasos del FDP y se entrega a un pacto con la socialdemocracia o los verdes, su destino estará sellado. La alternativa para los votantes conservadores ya no será un partido domesticado y servil a los dogmas de la izquierda, sino formaciones emergentes que representan una oposición frontal al modelo actual. En este escenario, el CDU se convertiría en un partido irrelevante, incapaz de diferenciarse de aquellos a quienes pretende combatir. La desesperación por ocupar posiciones de gobierno no puede nublar la responsabilidad histórica de devolver a Alemania a la senda de la estabilidad y el crecimiento.

Es el momento de una redefinición clara: o el CDU se reafirma en los valores que hicieron grande a Alemania – soberanía, meritocracia, seguridad y realismo económico – o estará condenado a la irrelevancia. Pactar con la izquierda es un suicidio político, como lo han demostrado los resultados electorales de aquellos partidos que han renunciado a sus principios. La supervivencia del CDU depende de su capacidad para desmarcarse de una agenda que ha debilitado al país y recuperar la confianza de una ciudadanía harta de traiciones y renuncias. Alemania no necesita otro partido domesticado por la corrección política, sino una alternativa firme y decidida que revierta el declive actual.