Atrévase a apostar por el fin de las ideologías: son campo abonado para mentalidades simplistas y voluntades intransigentes

Por si anda usted pensando en meterse en Política…

Izquierda o derecha... ¿o ninguno de los dos?

Si está pensando en meterse en política, lo primero que le preguntarán es si es usted de derechas o de izquierdas. Y tendrá que legitimarse en su propuesta de cómo solventar los problemas, del mundo entero o simplemente los de su barrio, a partir de una posición ideológica previa y tradicional: desde la derecha o desde la izquierda. Porque, aunque parece que hacía unos años que empezábamos a superar esa dicotomía por la que había que estar a un lado o al otro de una línea tan dogmática como muchas veces imaginaria en la práctica, hoy todo indica que hay que volver a la trinchera. El fin de las malditas ideologías, que no acaba de llegar…

Las posturas ideológicas nacen, en sus iniciales ubicaciones físicas de “derecha” e “izquierda”, del lugar que ocupaban en la Asamblea Nacional francesa de 1789 los diputados partidarios del veto del monarca Luis XVI sobre las leyes emanadas de esa asamblea, sentados a la derecha de su presidencia, o los convencidos de la necesidad de someter al rey plenamente a la ley o, incluso, de liberarse de la propia monarquía, sentados a la izquierda. Curiosamente, esa primera izquierda fue la de los liberales burgueses, identificados tras las revoluciones industriales posteriores con la derecha, y ocupando su anterior lugar a la izquierda el proletariado de clase.

Con la caída del comunismo en la década de los 90 del siglo pasado, creíamos que estábamos ante el triunfo definitivo del modelo liberal capitalista, uno de los dos grandes bloques ideológicos antagónicos perfectamente delimitados tras la II Guerra Mundial. De hecho, ya en 1960 Daniel Bell, profesor de sociología en Harvard, anunciaba precisamente en El fin de las ideologías el advenimiento de una ideología única triunfante, basada en el consenso sobre la preeminencia de la democracia liberal y el sistema económico capitalista. Fue incluso capaz de adivinar el proceso de transición de ese modelo hacia otro más avanzado, de toma de decisiones no por criterios ideológicos ya, sino técnicos y científicos: una tecnocracia neutra y objetiva, como describiría esa nueva realidad social algo más de una década después, en 1973, en El advenimiento de la sociedad posindustrial.

Actualmente, sin embargo, esa visión de un mundo más tecnocrático no parece consolidarse. Y de hecho observamos un proceso justamente de retorno a las “ideas” tradicionales, tanto a derecha como a izquierda, que no deja de inquietar por lo novedoso de algunas tendencias. Y es que frente a la clásica divergencia entre liberalismo y comunismo, y aun con todos sus matices históricos, y precisamente con base en la convicción asumida desde el marxismo clásico de que la economía es la madre de todas las circunstancias sociales y políticas de la historia, desde los neandertales hasta hoy, resulta sorprendente asistir al resurgimiento de tendencias proteccionistas y autárquicas en la primera potencia liberal, EEUU, mientras que es justamente el último gran país formalmente comunista, China, quien propugna y defiende la desaparición de barreras al comercio internacional. Pero incluso a nivel más próximo a todos nosotros, y más cotidiano, volvemos a los posicionamientos de derecha e izquierda fundamentados, curiosamente y en muchas ocasiones, a referencias históricas del pasado para acometer retos actuales, empeñados algunos en restituir las grandezas del imperio de ultramar que fuimos, otros en insistir que no ha habido libertades como las ganadas en la II República.

ni izquierda ni derecha, solo justicia y verdad.

Si está usted pensando en aventurarse en política, porque tiene una inquietud ante lo que le rodea, piense de verdad si quiere someterse a una ideología. Es más: no si la tiene o si quiere usted tenerla, sino si la ideología lo tiene a usted. Medite tranquilamente si va a claudicar ante propuestas que sabe que no funcionan porque, simplemente, están en el archivo ideológico de su elección, a derecha o a izquierda. Y dele una vuelta al tema, porque es importante recordar que si se mete usted en política lo hace porque quiere que los problemas se resuelvan. O al menos que quienes dicen que están por resolverlos no los empeoren, cosa harto frecuente. Y que los problemas que hay que resolver son los de todos, ya que resolviendo solo los de una parte, los nuestros y no los del resto, lo único que conseguimos es tener que estar defendiendo para siempre algo que nos quieren arrebatar.

Pero sobre todo acuérdese de una cosa: la política es el conjunto de decisiones que tomamos para lograr, simplemente, convivir de la mejor manera posible. Eso supone, necesariamente, reconocer que hay otro con quien convivimos. Y de esa alteridad depende todo, porque no hay necesidad de hacer política cuando no hay que convivir, compartir, comunicar, o incluso convencer.

Las ideologías nos han traído hasta aquí, muy posiblemente al punto de empezar a entender que llegó el momento de superarlas. Al menos las tradicionales que nos encasillan a la derecha o a la izquierda. O, por analogía: arriba o abajo. De hecho, el resurgir de ese modelo es fácilmente identificable con un populismo simplista que asegura soluciones sencillas y rápidas a problemas muy complejos de una sociedad cada vez más global, más diversa, más abierta, algo a lo que desde el miedo siempre se ha contestado con la cerrazón, la uniformidad y el totalitarismo, ese totalitarismo del que Hannah Arendt dijo que no es una doctrina política, sino “una visión del mundo que aspira a sustituir la realidad misma”.

Si anda pensando en entrar en esto de la política, atrévase a apostar por el fin de las ideologías, porque las soluciones que nos vienen impuestas por un acto de fe previo tienen mucho margen de error posible. Y porque son, además, campo abonado para mentalidades simplistas y voluntades intransigentes.