Reflexiones sobre Israel y Palestina

Jerusalem

Desde hace más de un año, 7 de octubre, podemos afirmar que el conflicto en Oriente Medio está en todas las portadas de los periódicos y abre muchos informativos. Cuando Israel se halla afectado, el mundo rebosa de sentido moral. El juicio moral, un fantasma en Europa, se convierte en un gigante de carne y hueso cuando se menciona a Israel y los palestinos. El derecho de Israel a existir tiene que ser ganado mediante esfuerzos espaciales, por alguna expiación especial, siendo mejor que otros. Como escribió Sartre “exigimos más a este Estado”.

Dado que la soberanía de Israel es puesta en tela de juicio y que la opinión mundial no está como cualquier otro, exigir más es cruelmente absurdo. Israel, en algunas ocasiones y teniendo en cuenta la opinión de aquellos que no están por la labor de defender el único país democrático de Oriente Medio, lo convierten en un estado ghetto. Un estado mendigo, que debe suplicar por existir. Lo que no se exige a otros, cuya moral democrática es inexistente, se le pide a Israel por el simple hecho de ser Israel.

El Islam no reconoce independencia ni igualdad para los judíos. Para los nacionalistas árabes Israel es una de las más peligrosas bolsas de resistencia imperialista contra la lucha de los pueblos y debe ser liquidado. Los dirigentes de los grupos terrorista árabes, como Hamas o Fatah han apelado a los dirigentes religiosos islámicos que declaren su guerra contra los judíos como una yihad. Para ellos es preciso librar una guerra santa para establecer una república secular. Y estos dirigentes religiosos les han hecho caso.

Los palestinos forman un grupo distinto entre los árabes y no se sienten en su elemento, en aquellos países árabes vecinos. Entre los refugiados se ha establecido un estado de ánimo que estigmatiza la asimilación de las sociedades árabes como un acto de deslealtad. Los palestinos son panarabistas, pero su relación con los estados árabes no siempre les ha hecho sentir afecto hacia estos estados, pues no les faltaban resentimientos contra ellos. Y esta es una realidad. Solo hay que recordar la crisis de 1970, cuando Jordania asesinó a más palestinos que Israel en la guerra del Yom Kipur. Recordémoslo. Los beduinos de Husein dieron muerte a más de 3.600 personas. El ejército jordano mató más palestinos que Moshe Dayan en 1967.

El sionismo llegó a Palestina y, en ningún momento, estuvo en sus planes expulsar a los árabes. El sionismo esperaba establecer un Estado judío, pero, cuando Theodor Herzl fracasó en su intento de obtener una carta internacional para tal Estado, los sionistas se limitaron a la adquisición de tierras para su cultivo. Estas tierras fueron compradas a los árabes, no tomadas a la fuerza.

Los judíos habían vivido en Palestina desde tiempos inmemoriales. Y la llegada de colonos judíos procedentes de Europa tampoco obstaculizó la lucha árabe por la autodeterminación. Hasta los años 60 y 70 del siglo pasado, con la aparición en escena de la OLP y Arafat, no hubo ningún movimiento nacionalista árabe popular, ni tampoco ninguna lucha de autodeterminación.

Los árabes palestinos daban pocas pruebas de especial apego al país, y muchos de sus propios dirigentes vendían tierras, incluso mientras protestaban de ellos ante el exterior. Los ingleses, como los judíos, propusieron en los años veinte del siglo pasado soluciones que fueron rechazadas por dirigentes extremistas árabes. Se produjeron disturbios y matanzas. La intransigencia árabe forzó la partición y la creación de un Estado judío.

Los dirigentes árabes no quisieron participar con las resoluciones de las Naciones Unidas. Rechazaron el plan para la construcción de un Estado palestino separado, y atacaron esta propuesta. Durante el conflicto la sociedad palestina, que nunca había sido fuerte, se disgregó. La mayoría de las familias se marcharon del país. Buscaron la tranquilidad en Egipto, Siria y Líbano. Abandonaron la carga de la lucha y el sacrificio a los obreros, aldeanos y clase media. Estos factores, junto con el miedo colectivo, la desintegración moral y el caos en todos los terrenos, acabaron desplazando a los árabes de Tiberiades, Haifa, Jaffa y decenas de pueblos. Si los palestinos fueron desplazados, la mayoría se desplazaron a sí mismos.

Evolución Territorial Israel y Palestina - fuente Newtral

Un viejo mito occidental sostiene que la causa de Palestina une a los Estados árabes cuando están divididos en todos los demás puntos. Sería más exacto decir que, cuando los árabes se hallan dispuestos a cooperar entre sí, esto tiende a encontrar expresión en un acuerdo para evitar toda acción sobre Palestina, pero que, cuando deciden querellarse, la política de Palestina se convierte rapídamente en tema de disputa. La perspectiva de que uno u otro gobierno árabe pueda provocar unilateralmente hostilidades con Israel suscita en otros temores por su propia seguridad, o al menos, por su reputación política.

La realidad es que no fue como si existiera en Palestina un pueblo palestino que se considerase a sí mismo pueblo palestino, y que los judíos hubieran llegado y los hubieran expulsado, arrebatándoles su país. Los palestinos no existían. Esta es la realidad. Lo que ocurre es que el resto del mundo no quiere reconocer esta realidad.

La primera ministra Golda Meir resumió en dos citas la realidad que muchos ignoran o quieren ignorar y que les sirve para atacar a Israel y llamar “pobrecitos” a los palestinos, olvidando que en Gaza gobiern Hamas porque los palestinos les votaron, sabiendo que era un formación terrorista. Pues bien, Meir comentó que “no puedes negociar la paz con alguien que ha venido a matarte”. Y “podemos perdonar que maten a nuestros hijos, pero nunca perdonaremos que nos hagan matar a los suyos. El día que los árabes quieran a sus hijos tanto como nos odian a nosotros, habrá paz en Oriente Próximo”. Ante esta realidad muchos prefieren cerrar los ojos y condenar a Israel a ser un estado ghetto.