Artificial

Mucho se habla de ella [me refiero a la inteligencia artificial] y razones sobradas hay para ello, sabemos dónde nos ha traído la natural, incluso a dónde nos ha llevado a veces su ausencia; démosle tiempo y ya veremos donde al final nos lleva la artificial.

Mantengo que la segunda, la recién aparecida, es mucho más útil cuanta más se tenga de la primera, la tradicional en términos históricos; de hecho, considero que con una previa cierta cantidad de la natural es muy aprovechable la artificial, pero sin la que es propia e innata en la especie humana, aunque no en todos por igual, la creada por quien integra la especie con base en los algoritmos, hay quien les llama “algorrinos”, poco puede ayudar de manera realmente eficaz.

Que la resultante de la manufactura tecnológica nos sustituirá en algunas tareas, cada vez en más, no me cabe ninguna duda, pero niego que nos sustituya en todas. De lo que estoy seguro, al no poder competir con su potencia y velocidad de cálculo, es de que cada vez más depositaremos en ella nuestras decisiones lo que nos hará más sumisos, homogéneos y por ende más estúpidos. Por tal causa para paliar tales efectos sugiero que los que de momento solo seamos sus usuarios le juguemos a la contra.

Por eso de momento creo que la artificial es muy útil para facilitarnos el descarte del error, y por tanto en lugar de preguntarle por el acierto, prefiero formular mi interrogación sobre el fallo, preguntarle por el desacierto; pondré un ejemplo en lugar de pedirle que me redacte unas alegaciones para presentarlas frente a una liquidación con importe a ingresar recibida como consecuencia de una comprobación realizada por la Agencia Tributaria, solicitarle que alegaciones no hay que presentar, si se quiere tener una oportunidad de que estas sean estimadas, para no caer en el error de ponerlas en el recurso.

Otro ejemplo, en lugar de pedirle qué y cómo tomar una decisión empresarial para el incremento de la rentabilidad económica anual con tales recursos disponibles en un momento dado y hacerle caso, algo que presumiblemente harán todos nuestros competidores; requerirle qué decisión empresarial no tomar y cómo no implementarla en la empresa para conseguir la garantía de que disminuya la rentabilidad económica con unos concretos recursos disponibles, y así poner en marcha los procesos justamente opuestos, y de esta forma apostar por la diferenciación de mis competidores.

En un proceso electoral de esos que se celebran cada cuatro años, dada la caterva de impresentables políticos profesionales que tenemos, dado que más de uno votamos sobre la triste base del que menos me disgusta, para guiarnos por la fría razón en lugar de preguntarle a quien de los posibles inútiles otorgarle la confianza con el voto, solicitarle a quien de ellos cree, y por qué orden de mayor a menor desconfianza, que no le debemos conceder el voto, para otorgárselo al último de la lista. Si los políticos supieran de este método para su elección igual nos mentían un poco menos.

Si, confieso que le veo grandes posibilidades a la inteligencia artificial, me queda un último peldaño para delegar completamente en ella, y es dado que el humor es una forma de la natural inteligencia humana me pregunto cuánto tiempo falta para que la inteligencia artificial nos ofrezca su primer chiste auténtico y completamente original, no tomado de una base de datos, y a ser posible gracioso.

Sirva como curiosidad que los humanos nos tomamos un cierto tiempo en realizar dicha tarea, y así que sepan que la primera gran migración de homo sapiens ocurrió en África hace 70.000 años y al parecer por entonces el panorama de la supervivencia no estaba para tomárselo a broma, y por ello el primer chiste de la historia, que no contaré aquí porque no deja de tener su punto machista y escatológico, del que hay registro según la Universidad de Wolverhampton en el Reino Unido fue obra de los sumerios, pueblo que vivía en lo que ahora es el sur de Irak, y data del año 1900 a.C. Pero no se muy bien por qué me temo que la inteligencia artificial nos hará reír, por no llorar, mucho antes de que transcurran los próximos 68.100 años.