El diagnóstico de este declive fue advertido hace siglos y se sintetiza en una frase que resume el ciclo de las civilizaciones:
"Momentos difíciles crean hombres poderosos. Hombres poderosos crean momentos felices. Momentos felices crean hombres débiles. Y los hombres débiles crean momentos difíciles."
Los líderes fuertes que surgieron tras las tribulaciones de la Segunda Guerra Mundial forjaron una Europa próspera y estable, pero esa prosperidad dio paso a generaciones acomodadas que han olvidado las lecciones de la historia. Estos "hombres débiles" no solo han permitido que su sociedad entre en un espiral de decadencia, sino que han sustituido la urgencia del desarrollo económico y tecnológico por un mar de discursos vacíos, regulación sofocante y una negación sistemática de las realidades del mundo moderno.
Europa, en su momento cumbre, priorizaba la industria, la innovación y el liderazgo tecnológico. Hoy, la Unión Europea ha degenerado en un imperio de burócratas que regulan hasta el aire que se respira, sin ninguna visión de futuro. El ejemplo de España es paradigmático: mientras no hay ningún desarrollo relevante en inteligencia artificial ni expectativas de que una empresa española lidere el sector, el gobierno ya ha creado una agencia con 100 empleados para regular la inteligencia artificial, desde una perspectiva de género y deconstructivismo ideológico marxista.
Este modelo se replica en toda la UE: el gasto en regulaciones y burocracia supera con creces la inversión en innovación, convirtiendo a Europa en un continente estancado, donde el desarrollo tecnológico es visto con desconfianza y donde la prioridad es mantener el statu quo administrativo en lugar de fomentar el progreso.
La historia ofrece un paralelismo inquietante con el Imperio Bizantino en su ocaso. Mientras el Imperio Otomano acumulaba poder y se preparaba para la conquista de Constantinopla, los líderes bizantinos debatían sobre temas irrelevantes, como la naturaleza de los ángeles o disputas doctrinales absurdas. En lugar de prepararse para la guerra, Bizancio se hundió en la autocomplacencia y la burocracia, hasta que fue finalmente devorado por una realidad que se negó a reconocer.
Europa se encuentra en el mismo dilema: ignorar las amenazas externas, caer en la burocracia y la regulación asfixiante y olvidar su misión histórica. La lucha real no está en regularlo todo hasta la parálisis, sino en mantenerse a la vanguardia del desarrollo tecnológico e industrial. Sin embargo, la corrupción, la ineficacia y el adoctrinamiento ideológico han convertido a la UE en un organismo sin rumbo, carente de liderazgo y cada vez más irrelevante en la geopolítica global.
Si Europa no despierta pronto, si no rompe este ciclo de decadencia y deja de gobernar a base de discursos sin contenido y regulación inútil, se convertirá en un museo de su propio pasado glorioso. Como dijo Kant, "la ilustración es la salida del hombre de su autoimpuesta inmadurez", pero Europa parece haber decidido regresar a la caverna, presa de su debilidad y su desdén por la realidad.