Opinión

De un modelo agotado a un futuro posible

Tomar decisiones a tiempo o seguir pagando el precio de mantener lo insostenible y lapidar nuestras oportunidades como sociedad. Y ustedes se preguntarán hoy ¿por qué les hablo de un tema como este? Porque no está en los periódicos, ni en la orden del día en el debate político nacional. Pero está ahí, latente, presente en la conciencia de cada ciudadano español que, día tras día, se enfrenta a una realidad que parece ignorada desde las altas esferas del poder.

Vivimos en un país que hace décadas inició con esperanza su transición a la democracia. Aquel fue un paso valiente, necesario, incluso admirable. Pero lo que en su momento fue una conquista ciudadana, hoy muestra síntomas de agotamiento. La política, convertida en un fin en sí misma, ha demostrado ser un modelo fallido, incapaz de aportar soluciones reales, finales y útiles.

Mientras la sociedad avanza, trabaja, se esfuerza por sobrevivir en medio de la inflación, la burocracia y una fiscalidad cada vez más asfixiante, la clase política vive en un universo paralelo. Uno donde el debate no es sobre cómo mejorar la vida de los ciudadanos, sino sobre cómo mantenerse en el cargo, cómo confrontar, cómo polarizar. En lugar de construir consensos y diseñar reformas estructurales, prefieren levantar trincheras y defender privilegios.

Pero párense un momento. Solo dos minutos. Imaginen conmigo. ¿Se imaginan un mañana donde los políticos sean menos, pero mejores? ¿Dónde las administraciones públicas sean totalmente transparentes, ligeras, más eficientes y más humanas? ¿Un país donde los recursos se destinen a la educación, la salud, las pensiones, la seguridad y el emprendimiento con mayores y mejores servicios, y no a mantener estructuras duplicadas que solo sirven a intereses partidistas?

¿Se imaginan abrir el periódico y leer sobre una gran reforma política consensuada, sobre la bajada del IRPF, sobre una presión fiscal justa y proporcionada? ¿Una España donde el talento no tenga que marcharse, donde las empresas no huyan, donde el ciudadano vuelva a confiar en el Estado porque lo siente suyo, cercano, comprensible? ¿Un país donde se ponga en valor, cada día, el esfuerzo, el trabajo y el arrojo de nuestras Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, que velan —muchas veces en silencio y con escasos medios— por nuestra tranquilidad, por nuestra paz, por ese orden que hace posible cualquier otro derecho?

Es posible. Pero para llegar a ese mañana, debemos atrevernos a cuestionar lo que hoy se nos presenta como inamovible. Como dijo Antoine de Saint-Exupéry, visionario entre líneas: “el mundo entero se aparta cuando ve pasar a alguien que sabe adónde va”. ¿No ha llegado la hora de decidir hacia dónde vamos como país?

Incluso en la música, en las letras de quienes conectan con el alma de un pueblo, se cuelan estas verdades. Joaquín Sabina, con su habitual mezcla de ironía y profundidad, decía que “al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”. Y es que quizá estemos demasiado ocupados intentando sostener un modelo que funcionó en su momento, pero que ya no nos hace felices, que ya no nos sirve.

España necesita grandes y profundas reformas que provoquen un cambio de modelo. Urgente, necesario, profundo y real. Ese modelo debe transitar por el sendero de la eficiencia y la funcionalidad, dos palabras olvidadas en el diccionario de la política nacional. Hay que tener el valor de revisar, con sentido común, el número de cargos públicos en cada nivel de administración: municipal, autonómico y nacional. Y, sí, hay que eliminar de una vez por todas esas “sillas políticas” que solo sirven para duplicar —o incluso triplicar— funciones, trasladando papeles, aprobando partidas presupuestarias sin capacidad ni criterio, justificando su existencia sin aportar valor.

Este exceso de aparato político no solo es ineficiente, es injusto. Se sostiene con el dinero de todos, con los impuestos de quienes sí madrugan, producen, arriesgan y cumplen. ¿Y para qué? ¿Para mantener una maquinaria política que no soluciona nuestros problemas más básicos?

El fin de esta administración política sin sentido es el primer paso para construir un país con futuro. Un país donde se pueda hablar de reducción de impuestos, de bajada del IRPF, de una garantía real para las pensiones. Un país donde la presión fiscal no esté justificada por mantener estructuras innecesarias, sino por financiar servicios esenciales de calidad.

Porque lo que está en juego no es solo el modelo político. Es el contrato social, la dignidad de quienes lo sostienen y la posibilidad de construir un país a la altura del talento, el esfuerzo y el potencial de su gente.

La pregunta no es si podemos hacerlo. La pregunta es cuándo tendremos el coraje de exigirlo.