Cuentan que el rey de Francia se fue de incógnito a ver como marchaban las obras de la catedral de Notre Dame de Paris, sin que nadie le reconociera. Le preguntó a un obrero qué es lo que estaba haciendo. “Pues ya ve, picando piedra”, fue su respuesta amarga. Siguió su ruta y quiso conocer la opinión de otro que estaba realizando la misma labor: “estoy construyendo una iglesia”. Se notaba una gran diferencia de actitud. Un poco más allá vio a un tercero: “pues mire caballero, estoy construyendo la maravillosa catedral en honor de Nuestra Señora, que será en los siglos venideros orgullo de toda Francia”.
Ya ven como el mismo hecho, el mismo trabajo, se puede ver de diferentes modos. Y esto viene a colación de las palabras de Yolanda Diaz, nada menos que nuestra vicepresidenta del gobierno y ministra de Trabajo (más bien de No Trabajo) al presentar la ley que obliga a los empleados a no trabajar más de 37 horas y media a la semana.
Felipe II, hace más de 400 años, ya entendió que en algunas tareas era necesario proteger la salud de los obreros, y por eso dictó esa ley prohibiendo una jornada laboral excesiva. Pero siempre dejando claro que el trabajo debía realizarse.
La realización personal y el progreso de la sociedad
Crecí en un ambiente en el que el trabajo era algo muy positivo. El feminismo clásico de mi época juvenil insistía en que las mujeres se incorporaran al mundo laboral para su realización personal. El trabajo, por tanto, era un elemento fundamental para la liberación de la mujer, no solamente para lograr su independencia económica, sino también como fórmula atractiva para empoderarse (en lenguaje actual).
Y el anécdota -real o inventado- sobre la construcción de Notre Dame, viene al pelo para comprobar que la actitud ante el trabajo marca esa posibilidad de realización personal, pero también algo muy importante: el progreso de la sociedad.
Error o anécdota
La ley de las 37 horas y media, técnicamente puede ser un error. Para las empresas grandes apenas una anécdota (Inditex y Mercadona ya habían negociado con sus empleados esta rebaja), y de graves consecuencias para las pequeñas (aumento de costes por las nóminas y por el nuevo sistema de control horario), y, a tenor de lo visto en los últimos días un chollo para Hacienda que verá incrementar su negocio del IRPF y tesorería de la Seguridad Social, e, indirectamente, una mayor recaudación en el I.V.A. Sin embargo, lo más dañino no está en la ley en si misma, sino en el mensaje que lanza la ministra.
Volviendo a Notre Dame: Una sociedad sana, con ilusiones, con ganas de progresar… se apunta a construir la catedral que sea el orgullo de Francia. Una sociedad decadente, anquilosada, desilusionada… quiere picar piedra cuanto menos mejor.
“Picadores de piedra, uníos”
Y ese es el mensaje de Yolanda Diaz; “Picadores de piedra de España uníos. Os redimiremos del trabajo”. Feliz está el gobierno porque 673.000 familias cobran ya el salario mínimo vital. Y presumen de ello. Aspiran a que ese subsidio pronto llegue al millón. Al fin y a la postre la ultraizquierda y la izquierda extrema se proclaman los defensores de los pobres, y, por tanto, cuantos más pobres haya mejor, mayor clientela y más votos a la “buchaca”.
Así reflexionan los que se autodenominan “progresistas”. Dime de qué presumes y te diré quien eres. Así reflexionan quienes se llaman “feministas” que ya no ven en el trabajo una buena fórmula de realización personal de las mujeres. Así reflexionan hoy los defensores de los “trabajadores”, desanimándoles a su progreso personal limitándoles horarios, castigando a los que quieren emprender con mil burocracias, mil impuestos, mil controles, mil regulaciones…
Felipe II, nadando a contracorriente en su época, firmó la ley que encabeza este artículo, cuyo objetivo era compatibilizar la salud de los obreros y la productividad
La meritocracia es el mejor sistema social. Y sólo se consigue con el trabajo, fuente auténtica del progreso personal y de la nación. Sostén de la justicia social y del estado del bienestar.
Un futuro sin futuro
Las consecuencias de la reducción de jornada se verán pronto. Trabajar media hora menos no le solucionará nada a casi nadie, en cambio le creará problemas a las pequeñas empresas y a los autónomos con pocos empleados. Globalmente tampoco será un desastre de grandes dimensiones.
Lo que si es alarmante es el mensaje de que “no vivimos para trabajar”. Frase que es cierta en esencia y que nos repetimos a veces los que trabajamos exageradamente, pero que es muy perniciosa cuando genera una legislación y una cultura que desincentiva las ideas de construir siquiera “iglesias” como el concepto del segundo obrero del cuento.
Cuando nuestros gobernantes limitan las posibilidades de trabajar de los médicos, cuando el gobierno se muestra satisfecho de que cientos de miles de personas necesiten el salario mínimo vital para sobrevivir (muchos de ellos jóvenes), cuando desde los escaños del Congreso, los padres de la Patria se lanzan contra los que generan empleo… cuando esas cosas suceden, podemos decir sin rubor que estamos creando un futuro sin futuro.