Este colapso no fue un accidente fortuito ni una catástrofe imprevisible. Fue la consecuencia directa y predecible de un modelo energético frágil, excesivamente dependiente de fuentes intermitentes y conexiones externas vulnerables. Mientras los ciudadanos españoles permanecían en la oscuridad, las centrales nucleares españolas -aquellas que tantos han querido desmantelar- continuaban operando con la misma imperturbable eficiencia de siempre, constituyendo el único bastión de estabilidad en un sistema al borde del colapso total.
En un mundo cada vez más inestable, donde las tensiones geopolíticas y las crisis energéticas se entrelazan con preocupaciones medioambientales, España se encuentra en una encrucijada histórica respecto a su modelo energético. Este apagón masivo no es simplemente un incidente técnico aislado, sino la alarma definitiva que nos urge a reconsiderar nuestras prioridades energéticas nacionales.
La vulnerabilidad del sistema actual: una ruleta rusa energética
El apagón no fue solo un fallo técnico; fue la materialización de una advertencia ignorada durante años por ideólogos y políticos más preocupados por la imagen que por la seguridad nacional. La verdad incómoda que nadie quiere pronunciar es que nuestro sistema eléctrico se ha convertido en una peligrosa ruleta rusa, donde cada día jugamos a la suerte con la estabilidad de nuestro país.
El mix energético español ha evolucionado significativamente en los últimos años, alcanzando un 56,8% de producción mediante fuentes renovables en 2024. Esta cifra, que tantos aplausos ha generado en foros internacionales, esconde una realidad aterradora: hemos construido la columna vertebral de nuestra economía sobre la volatilidad del clima. La intermitencia inherente a las energías renovables no es una teoría académica; es la bomba de relojería que explotó aquel fatídico 28 de abril.
La dependencia de factores meteorológicos impredecibles, como el viento para la energía eólica (24,5% del mix) o la radiación solar para la fotovoltaica (20,3%), convierte nuestro suministro eléctrico en rehén de la naturaleza. Y cuando este rehén falla, son los ciudadanos quienes pagan las consecuencias. Esta vulnerabilidad estructural se magnifica cuando consideramos que el 5% de nuestra electricidad todavía proviene del exterior, principalmente de Francia, Portugal y Marruecos, sometiendo nuestra soberanía energética a los caprichos políticos de otros países.

Energía nuclear: pilar de estabilidad y autonomía
En contraste con esta volatilidad, la energía nuclear —que actualmente representa el 20% de nuestra generación eléctrica— ofrece una base sólida y continua de producción energética. Las plantas nucleares operan a plena capacidad más del 90% del tiempo, proporcionando lo que los expertos denominan "carga base": esa potencia constante que el sistema necesita independientemente de las condiciones externas.
La potencia nuclear no fluctúa con las condiciones meteorológicas ni depende de importaciones de combustible frecuentes, ya que el uranio necesario para varios años de operación puede almacenarse fácilmente, otorgando una autonomía estratégica fundamental en tiempos de inestabilidad global.
El imperativo moral de la autosuficiencia
Más allá de consideraciones puramente técnicas o económicas, alcanzar la independencia energética constituye un imperativo moral para cualquier sociedad que aspire a la autodeterminación. Como señala el análisis filosófico aplicado al caso catalán, una política energética dependiente de importaciones difícilmente cumple con el estándar ético del imperativo categórico, que nos invita a actuar según principios universalizables.
Depender energéticamente del exterior nos convierte, como sociedad, en medios para fines ajenos, contraviniendo el principio fundamental de tratar a cada comunidad como un fin en sí misma. Esta dependencia resulta particularmente peligrosa en un contexto internacional caracterizado por crecientes guerras comerciales y tensiones entre bloques económicos.
El falso dilema entre ecología y energía nuclear
Se ha instaurado en el debate público una falsa dicotomía entre compromiso ecológico y energía nuclear, cuando la evidencia científica demuestra lo contrario. Las centrales nucleares españolas evitan anualmente la emisión de millones de toneladas de CO₂ a la atmósfera, contribuyendo decisivamente a la lucha contra el cambio climático.
La huella ambiental de la energía nuclear, considerando todo su ciclo de vida, es comparable a la de energías renovables como la eólica y significativamente inferior a la de los combustibles fósiles. El manejo responsable de residuos, aunque complejo, cuenta hoy con soluciones tecnológicas seguras y probadas internacionalmente.

La propuesta nuclear para España
Según los datos presentados, España necesitaría, aproximadamente, 22 nuevas centrales nucleares para sustituir completamente las energías renovables y los combustibles fósiles por energía nuclear. Si bien este escenario completo puede parecer ambicioso, una estrategia equilibrada que incremente significativamente el peso de la energía nuclear en nuestro mix energético resultaría no solo factible sino deseable.
La construcción de entre 8 y 10 nuevas centrales nucleares permitiría a España:
- Eliminar completamente la dependencia de combustibles fósiles (actualmente 27,4% de nuestro mix energético).
- Reducir la vulnerabilidad del sistema eléctrico ante condiciones meteorológicas adversas.
- Garantizar la soberanía energética plena, eliminando la necesidad de importaciones eléctricas.
- Cumplir y superar los objetivos de descarbonización asumidos internacionalmente.
Placas solares
El caso catalán como ejemplo paradigmático
Cataluña representa un caso de estudio particularmente ilustrativo. Con tres reactores nucleares activos (Ascó I, Ascó II y Vandellòs II) que generan aproximadamente el 60% de su electricidad, la región ha demostrado la viabilidad y beneficios de un modelo energético con fuerte componente nuclear.
Los planes de cierre de estas instalaciones, sin alternativas que garanticen la misma capacidad de generación limpia y estable, supondrían un retroceso significativo en términos de autonomía energética y compromiso climático. Por el contrario, la construcción de dos centrales adicionales permitiría a Cataluña alcanzar la autosuficiencia eléctrica total mediante energía libre de emisiones.
Más allá del pragmatismo: una visión de futuro
La apuesta decidida por la energía nuclear trasciende el mero cálculo pragmático para situarse en el ámbito de la responsabilidad intergeneracional. Las decisiones energéticas que tomemos hoy determinarán el mundo que legaremos a las generaciones futuras.
Una España energéticamente soberana, con un suministro eléctrico estable, asequible y libre de emisiones, constituye un legado digno de nuestros esfuerzos presentes. La energía nuclear, lejos de ser una tecnología del pasado, representa una herramienta imprescindible para construir ese futuro deseable.
Superando obstáculos: tiempo, costes y percepción pública
Es innegable que la construcción de nuevas centrales nucleares enfrenta desafíos significativos. El tiempo de ejecución (entre 10 y 15 años), las inversiones iniciales elevadas y la percepción pública -a menudo influenciada por mitos y desinformación- constituyen obstáculos reales.
Sin embargo, estos desafíos deben contextualizarse adecuadamente:
- Los largos plazos de construcción revelan precisamente la necesidad de iniciar estos proyectos cuanto antes, en lugar de postergarlos.
- Los costes iniciales elevados se compensan con la extraordinaria vida útil de estas instalaciones (60-80 años) y la estabilidad de precios del kilovatio nuclear.
- La percepción pública puede y debe transformarse mediante educación científica rigurosa y transparencia absoluta.
Central nuclear de Ascó (Tarragona)
Conclusión: nunca más a oscuras
El apagón del 28 de abril debe convertirse en el punto de inflexión que despierte a España de su letargo energético. Las imágenes de hospitales funcionando con generadores de emergencia, familias atrapadas en ascensores, y ancianos subiendo escaleras a oscuras no pueden ser olvidadas ni minimizadas. Se trata del precio real que pagamos por decisiones energéticas irresponsables tomadas bajo el influjo de ideologías en lugar de ciencia.
Lo ocurrido no fue un simple accidente; fue la inevitable consecuencia de un sistema eléctrico construido sobre cimientos inestables, donde cada nube que tapa el sol o cada día sin viento nos acerca peligrosamente al siguiente apagón. ¿Volveremos a arriesgarnos? ¿Cuántas vidas, cuántos millones en pérdidas económicas, estamos dispuestos a sacrificar en el altar de las energías intermitentes?
Ante esta realidad innegable, la expansión decidida de la energía nuclear en España no constituye simplemente una opción tecnológica entre otras, sino el único camino racional y moral si verdaderamente valoramos la vida humana, la autonomía energética, la estabilidad económica y la responsabilidad medioambiental.
La construcción de nuevas centrales nucleares representaría la materialización de un compromiso con principios universalizables de soberanía y sostenibilidad. No se trata únicamente de generar electricidad, sino de garantizar que nunca más una familia española tenga que preguntarse si el hospital donde está ingresado su ser querido tendrá energía suficiente para mantener los equipos médicos funcionando.
Ha llegado el momento de que nuestras decisiones en política energética reflejen la determinación de un país que se niega a volver a quedarse a oscuras. El futuro nuclear de España no es una opción; es la única garantía de que el 28 de abril de 2025 pase a la historia como el primer y último gran apagón que sufrió nuestro país.