Experiencia laboral a temprana edad
En mi lejana adolescencia, a los 14 años los jóvenes (de ambos sexos, no utilizo el absurdo y redundante lenguaje inclusivo) podíamos ya trabajar. Había contratos de aprendiz que permitían a los muchachos formarse en las mismas empresas para aprender un oficio e integrarse en el mundo laboral. Hoy quizá nos parezca una aberración que empezaran a trabajar a tan temprana edad, pero entonces se veía diferente. Los niños que no querían seguir estudiando no estaban obligados a permanecer en una escuela que no les interesaba y aprendían una profesión. Los que sí querían, al tiempo que tenían ya una nómina, podían asistir a las clases de bachillerato o formación profesional en horario nocturno ya que las empresas estaban obligadas a permitirles salir con tiempo suficiente para sus estudios.
Las consecuencias eran que los jóvenes cuando alboreaban la veintena ya tenían una buena experiencia laboral, habían madurado personalmente al tiempo que ayudaban con sus ingresos a la economía familiar -los niños dejaban de ser una carga- y también, en la mayoría de los casos, habían conseguido obtener unos ahorros. Además, muchos ya se quedaban en las empresas con contratos de adultos para toda la vida, y los más atrevidos se veían capaces de crear su propio pequeño negocio. Por otra parte, los que terminaban los estudios, sabían que, gracias a que la universidad tenía una gran exigencia académica, al salir de ella tenían ya trabajo asegurado.
Esto cambió cuando los sindicatos consiguieron la eliminación de los contratos de aprendizaje, cuando se prohibió contratar a menores de 16 años y cuando se suprimieron las clases nocturnas.
¿Porqué hoy las viviendas son tan caras?
¿Y qué decir de la vivienda? En aquella época (años 60, principios de los 70), el Estado había puesto a disposición de los españoles pisos a precios muy asequibles. Había, por tanto, una buena oferta a precios adecuados. Los intereses a pagar eran muy altos, pero en pocos años (10 ó 12) las hipotecas se podían cancelar. El mercado del alquiler era exiguo, aunque los inquilinos tenían grandes ventajas, y el coste era mínimo.
Pronto los políticos quisieron cambiar la situación. Empezaron a poner restricciones para construir -suelo no edificable, prohibiciones de alturas…- con el fin de hacer un urbanismo más humano. Ideas bien vistas pero que como toda medicina tiene contraindicaciones. La consecuencia lógica fue el aumento de los costes de las viviendas. A continuación, los tipos de interés bajaron muchísimo. Eso que en sí mismo parece una buena noticia, implicó un acicate para seguir aumentado los precios. Al mismo tiempo que ahorrar dejaba de ser rentable. Y, mientras, para el Estado, la construcción de viviendas dejó de ser una prioridad.
Los bancos, que hasta la fecha habían dejado en manos de las Cajas de Ahorro la financiación de las hipotecas, se lanzaron a una carrera loca para captarlas dando muchas facilidades. Y muchos jóvenes se lanzaron a endeudarse. Llegó una tremenda crisis que acabó con muchos desahucios y también haciendo caer a la mayoría de las Cajas de Ahorros (que, dicho sea de paso, estaban dirigidas por políticos y sindicalistas demagógicos e irresponsables). No cayeron los bancos, porque estaban regidos por profesionales.
¿Y los alquileres? En los años 60-70 había pocos. La llamada “renta antigua” era muy favorable para los inquilinos y para los propietarios poco interesante. Felipe González -Boyer mediante- liberalizó el mercado con lo que el alquiler se convirtió en una fórmula más atractiva, con multitud de empresas que se crearon para comprar y poner pisos a disposición de ser alquilados. Sin embargo, el aumento de la población, las trabas a la edificación, el alarmante movimiento “okupa” y el deterioro del parque inmobiliario en las zonas menos favorecidas han generado que los precios sigan subiendo, y a nuestras administraciones sólo se les ocurre poner más trabas.
Acceso al trabajo
En aquellos ya remotos años, los jóvenes tenían acceso al trabajo, conseguían, tras el obligado servicio militar -los chicos- y muy pronto las chicas, ahorros e ingresos suficientes para comprar una vivienda y también para crear una familia, y tener hijos. Así llegó el llamado “baby boom”, del que yo participo, y en el que la población española creció exponencialmente.
No es necesario explicar lo que sucede hoy. Al llegar a la veintena, los jóvenes no tienen experiencia laboral, no han adquirido el hábito del trabajo (encima los mensajes que se dan, incluso desde el gobierno es de que “hay que trabajar menos para vivir mejor” -Yolanda Diaz, dixit-), no poseen ahorros propios ni obtienen facilidades de una escarmentada banca para adquirir unas costosísimas viviendas y tampoco para ir de alquiler.
No existe ninguna solución mágica. Sobre todo, si buscamos soluciones en poner más dificultades para crear empleo y para poner viviendas en el mercado. Y no sólo pasa por conseguir reducir el precio de casas y pisos, sino además por alentar a que la juventud pueda disponer de ahorros propios, conseguidos con su esfuerzo y su trabajo.