Podemos caer en las famosas palabras que rezan en los muros de Auschwitz “quien no recuerda su historia, está condenado a repetirla”

Rusia vs Ucrania: ¿Se repite la Historia y la Rima?

La década de los 30 en Europa fue quizá el periodo temporal más y de mayor convulsión social que se hayan dado a partir de aquella crisis económica global conocida como Gran Depresión. Su resultado fue la huida de la ciudadanía hacia posiciones políticas extremas de soluciones mágicas y populistas.

EEUU y Rusia

En Alemania, en concreto, con el fin de la financiación exterior de la que dependía absolutamente el país, se vino a avivar el sentimiento de menosprecio de los perdedores de una guerra frente a las democracias occidentales ganadoras. Pero la propia crisis económica y social hizo aumentar también en Francia, Gran Bretaña, e incluso en Estados Unidos, el número de quienes vieron en el totalitarismo una solución a los problemas, tanto a derecha como a izquierda.

En aquella estremecedora década se dieron cita dos factores cuya mezcla se ha demostrado terrible: el auge entre amplios sectores sociales de posicionamientos exacerbados, irracionales, o basados en realidades manipuladas o directamente falsas, y la complacencia de otros, cuando no la cobardía, convencidos de que bastaba la música para amansar a una fiera sin darse cuenta de su sordera.

En marzo de 1938, Adolf Hitler, proclamado canciller alemán tras unas elecciones democráticas y sucesivos golpes de mano en los años antes, anexionó Austria y Alemania tras provocar un estado de guerra civil en el primer país resuelto con la invasión del territorio austriaco por el ejército alemán. No hubo grandes reacciones por parte de Gran Bretaña y Francia, salvo meras protestas diplomáticas. A ello siguió la invasión de los Sudetes checos en octubre de 1938, con la excusa de proteger a los alemanes étnicos habitantes de Bohemia, Silesia oriental y Moravia, territorios atribuidos a Checoslovaquia tras la desaparición de facto del Imperio Austrohúngaro tras las I Guerra Mundial.

Solo unos meses después, en marzo de 1939, esos territorios se convirtieron, por la decisión unilateral de Alemania, en el Protectorado de Bohemia y Moravia, gracias a la ingenuidad, un mes antes, de los primeros ministros británico y francés, Chamberlain y Daladier, firmantes del Tratado de Múnich por el que se consentía la ocupación alemana. Todo por evitar una nueva guerra en Europa, se alegó entonces.

Nadie planteó consultar al Gobierno checoslovaco, primer interesado y afectado por ese pacto, y ni Francia ni Gran Bretaña denunciaron eficazmente el expolio territorial de Checoslovaquia, cuya soberanía territorial era parte del Tratado de Versalles de 1919. Muy pocos, algo después, tuvieron nada que decir ante la invasión alemana de toda Checoslovaquia. Cuando Hitler decidió en septiembre de 1939 ocupar Polonia, país rehén del pacto Molotov-Ribbentrop y su pacto secreto por el que Alemania y la URSS se repartían el territorio polaco, la sorpresa de Francia y Gran Bretaña fue mayúscula, aunque no inesperada, pues confiaban de manera ilusoria en la enemistad soviético-germana para parar los pies a Hitler.

La Europa liberal de esos años nunca dio una respuesta a la sucesión de agresiones internacionales por parte de la Alemania de Hitler, y los EEUU quedaban a un océano de distancia y demasiado tenían con procurar su recuperación económica. Hasta que las declaraciones oficiales hicieron realidad la II Guerra Mundial. Aun así, a mediados de 1940 los alemanes controlaban ya toda Europa, directa o indirectamente, con un gobierno títere y colaboracionista en Francia a cargo del mariscal Pétain, aquel héroe de Verdún y patriota indignado, curiosamente, por las carencias de su país en recursos militares tras la contienda anterior.

Hay una conocida frase atribuida a Mark Twain que dice que “la historia nunca se repite, pero a menudo rima”, para establecer similitudes y paralelismos entre lo que hoy sucede en el mundo y anteriores circunstancias históricas, fundamentalmente en momentos de conflicto e intensas conmociones en la sociedad que ponen en cuestión las bases previamente establecidas de nuestra convivencia, los principios y valores que creíamos firmes, y hasta la legitimidad misma de un sistema político que llevamos construyendo desde hace siglos. Son momentos en los que se busca un culpable de todo porque uno nunca se ve responsable de nada. Y esa rima que asegura Twain es fácilmente detectable en las actuales relaciones entre EEUU y Europa, así como en el interior de cada uno de esos ámbitos sociopolíticos, en relación con la cuestión ucraniana y los recientes movimientos que parecen anunciar un profundo cambio de la geoestrategia mundial tras la llegada a la Casa Blanca de Donald Trump. Una rima que, en algunos casos, es cualquier cosa menos asonante.

Sin pretender ser agorero ni, por supuesto, establecer identificaciones plenas entre momentos históricos y sociales muy distintos, los últimos acontecimientos en torno a la situación de Ucrania y sus efectos en el tablero internacional recuerdan de manera sorprendente a los de aquella Europa que vio nacer, crecer y hasta pasarle por encima despiadadamente un autoritarismo como nunca se había visto antes. Un autoritarismo feroz que consumió todo a su paso. Un autoritarismo nazi, fascista o comunista tras la reacción soviética a la actitud alemana e italiana. Un autoritarismo expansionista como el que ahora impone desde Rusia Vladimir Putin, conocedor de que su papel como potencia pasa por desmontar la Unión Europea y dividir a americanos y europeos y a todos ellos internamente.

La invasión de Ucrania es solo parte de esa estrategia que aprovecha los recelos occidentales y sus  ineficaces declaraciones de intenciones y sanciones para ir más allá en su propósito, reconociendo unilateralmente territorios ocupados por la fuerza como Estados soberanos, si no anexionándolos directamente a la Madre Rusia (Lugansk, Donetsk,  Zaporiya, Jerson y Crimea), todo ante la mirada impotente de Europa y EEUU, o que, finalmente, consigue que el propio nuevo presidente de este país comparta como objetivo la rendición de Ucrania, abandonándola a su suerte y hasta exigiendo la cesión de recursos naturales como el 50% de sus tierras raras.

De nuevo nos encontramos ante grandes terremotos sociales provocados por crisis económicas globales con origen en Estados Unidos que, aunque muy distintos en causas y en desarrollo -la de 1929 y la de 2008- generan la misma ansiedad y desconfianza. Y a partir de ahí, la búsqueda de respuestas en propuestas políticas simples y populistas que denuncian problemas y plantean alternativas revolucionarias: nuevos órdenes y modelos. Y siempre responsables ajenos al conflicto social: si antes fueron los judíos, ahora puede ser perfectamente la inmigración, potencias comerciales como China o India, o, simplemente, quienes aspiran a una sociedad global igualitaria en términos de justicia social. Si la guinda del pastel es una pandemia mundial, meses de incertidumbre y restricciones, resulta obvio por qué el abismo se ve cada vez más cerca.

Las respuestas más estridentes las tenemos en irredentos patriotas que reclaman la soberanía nacional como valor principal a defender, el aislacionismo identitario como recurso inevitable, y la reconsideración de un mercado mundial que pretenden libre pero basado en aranceles y tasas que desandan todo el camino recorrido hasta hoy y que ha sido base también de una convivencia pacífica. Sorprende por ello que países no ideológicamente liberales, como China, sean hoy quienes reivindican un mercado libre sin limitaciones mientras que otros, cuna de aquella propuesta liberal en lo económico como fundamento de las libertades sociales y políticas, como EEUU, aboguen por una estricta autarquía. Así escuchamos hoy también a extraños apóstoles de la paz clamando por desarmarnos ingenuamente ante quien agrede, por mirar hacia otro lado sin asistir a las víctimas de esa agresión, o incluso por culpar del conflicto a quien es agredido, invadido, bombardeado y expoliado, sin permitirle siquiera ser escuchado en las negociaciones que persiguen, sin más, su rendición sin condiciones y bajo cesiones vergonzantes. Díganme que no es lo que vivieron nuestros bisabuelos…

Este conservadurismo atroz que sacrifica a quien tiene la desgracia de encontrarse más cerca de esa bestia autoritaria y devoradora debería invitarnos a una reflexión seria sobre el cariz que está tomando lo que sucede en Ucrania y lo que puede suceder a partir de aquí. Una reflexión sobre esa comprensión de muchos que dan ya por perdida una batalla porque en la guerra por la libertad prefieren abstenerse: sobre las permanentes palabras en los muros de Auschwitz que nos dicen que "quien no recuerda su Historia, está condenada a repetirla". Con toda la visión crítica que sea precisa, pero con el objetivo claro de no volver a equivocarnos.

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