Sr. presidente, querido amigo Emiliano, y resto de miembros de tu formidable junta directiva, muy apreciados y estimados socios de la Casa de la Región de Murcia en Barcelona.
Autoridades, tanto de carácter institucional como orgánico de todas las formaciones políticas que hoy nos acompañáis y nos honráis con vuestra presencia en este acto, de forma muy especial permitidme que me dirija -nobleza y cariño obligan- a los representantes de la mía, del Partido Popular de Cataluña, con nuestro presidente Alejandro Fernández a la cabeza, así como a Daniel Sirera, Lorena Roldán, Xavi García Albiol, Agustín Parra y resto de compañeros hoy presentes.
Señoras y señores, amigos todos, bon día, muy buenos días y sed bienvenidos a este pregón con el que vamos a dar inicio a nuestras Fiestas en honor de la Virgen de la Fuensanta de 2024.
Pregón al que, tras los saludos debidos, damos ya comienzo, si bien os anuncio que lo hago bajo la premisa de dos condicionantes que pesan sobre mi cabeza cual espada de Damocles:
Uno de ellos es intentar cumplir de forma escrupulosa los tres mandamientos del buen orador, a saber: el primero, levántate, para que te vean; el segundo, habla fuerte, para que te escuchen; y el tercero y más importante de todos, termina pronto, para que te aplaudan. Y os aseguro que en ello pondré todo mi empeño.
Y el otro es cumplir a rajatabla la recomendación que me hizo nuestra gran pregonera del pasado año, mi querida y admirada Visitación Martínez, presidenta de la Asamblea Regional de Murcia, de no volver a recordaros, bajo ningún concepto, algo que todos os sabéis ya de memoria a fuerza de escucharlo muchas veces en este señalado día, a saber, que el primer arquitecto de la Sagrada Familia fue un murciano. O sea, que como si no hubiese dicho nada al respecto.
Por tanto, y obligado por ambos extremos, he pensado en proponeros algo distinto, diferente a lo que hayamos podido estar acostumbrados hasta la fecha, pero que indudablemente nos lleve siempre a poner en valor el intenso y extenso lazo afectivo que existe -que siempre ha existido- entre estas bellísimas ciudad y su provincia que sois la capital de Cataluña, y la que, en acertadas palabras de nuestro presidente Fernando López Miras, es la mejor tierra del mundo, la Región de Murcia.
Y para ello os propongo que hagamos un viaje cultural con el pensamiento, en el que volemos entre el pasado y el presente, y en el que unamos a través de la Gastronomía y el Flamencos, sí he dicho bien, Gastronomía y Flamenco, a modo de los cantes jondos de ida y vuelta, y por medio de muchos de sus representantes, a Barcelona y a la Región de Murcia.
El punto de partida que ha inspirado este viaje lo sitúo en mi primer encuentro con un barcelonés universal, un hijo de esta provincia que durante cinco años consecutivos estuvo considerado por la revista Forbes como una de las 100 personas más influyentes del mundo, el único español que puede presumir de semejante reconocimiento, y que durante unos cuantos más fue distinguido unánimemente por critica y público como el mejor cocinero del planeta al frente de su mítico restaurante El Bulli, en la hermosa Roses gerundense. Me refiero, evidentemente, al irrepetible mago, al gran revolucionario del arte culinario a nivel mundial, al maestro, a Ferrán Adriá.
Y os preguntaréis con razón, ¿y qué tiene que ver nuestro genio de Hospitalet de Llobregat con todo esto? Pues os lo cuento. Corría el año 2011, era yo alcalde de La Unión, la capital de la Sierra Minera de nuestra Región, y en la que como ya sabéis todos los años desde 1960 se celebra el festival de Flamenco más importante de cuantos existen, el del Cante de las Minas -al que luego volveremos-, cuando se me ocurrió distinguir con los máximos galardones institucionales del certamen a los principales representantes de aquellas otras manifestaciones culturales de nuestro país que, sin ser música flamenca, sí tuvieran una íntima relación con la misma, como la tauromaquia, el cine, la literatura, el periodismo, la moda y, por supuesto, la gastronomía. ¿O es que acaso no asociamos todos que la sabrosura de la jondura vaya generalmente acompañada de unos buenos vinos y viandas que contribuyan a acercarnos al mágico duende?
Pues tal que así invité a recoger el galardón a nuestro número uno de las cocinas, quien para agrado de todos aceptó encantado. Y en la ceremonia de entrega, cuando Ferrán tomó la palabra, nos sorprendió con una revelación inédita hasta la fecha: su abuela paterna, Flora Muñoz Martínez, era de La Unión. Y la misma nació y vivió en mi pueblo hasta que a los 17 años emigró con sus padres a la pujante Barcelona de los años veinte del pasado siglo, una vez que, terminada la Primera Guerra Mundial a finales de 1918, la demanda de metales, y por consiguiente de los minerales necesarios para la fabricación de armamento, cayó en picado. Y con ella, el trabajo en las minas de nuestra Sierra que era con lo que se ganaba su familia el sustento.
La suya fue una de tantas de esas decenas de miles de familias murcianas que emigraron entonces a Barcelona en busca de un futuro mejor. Y huelga decir que lo consiguieron gracias a la hospitalidad y generosidad de esta bendita tierra. Con los años, Flora casó con un buen catalán, de apellido Adriá, y entre sus retoños tuvieron a Ginés, que luego fue el padre del mas formidable cocinero que han visto los tiempos.
Y nos decía aquel día Ferrán sobre ella, recordando instantáneas de su niñez en casa: "veía a mi abuela cocinando habas con bacalao y escuchando de fondo la radio, mientras entonaba el ‘soy minero’. De esto hace cincuenta años -nos contaba-, cuando mi abuela vivía en Barcelona, pero en realidad su cabeza estaba en La Unión".
Y a continuación nos añadía el alquimista del paladar que "la cocina es el primer lenguaje de los humanos y la música el segundo, y ambos tienen en común que se hacen con pasión y alma”.
Y esta, que podría haber sido una historia particular, es sin embargo universal, pues lo que se vivió en casa de los Adriá Muñoz fue lo mismo que se sintió en las casas de otras muchas miles de familias murcianas que experimentaron esa misma odisea vital. Gentes de bien que al llegar aquí trajeron con ellas sus costumbres, cultura y tradiciones, indudablemente también las culinarias y musicales, y que se fusionaron, en una simbiosis perfecta, con las catalanas, dando así lugar a un riquísimo mestizaje que va infinitamente más allá de la anécdota -por otro lado sabrosísima a la cata- de donde se encuentra el verdadero origen del “pan an tumaca”.
Porque yo os pregunto: ¿no es acaso la cocina, la gastronomía, la mejor forma de entendimiento y unión entre los pueblos? ¿Hay algo más nuestro, más mediterráneo, que compartir mesa y mantel en buena compañía? ¿Hay alguien que se pueda resistir a los placeres de la mesa, y más si en la sobremesa llega una buena dosis de música por alegrías? Sobre todo cuando gente tan sabia, como los que dicen que hay en la UNESCO, ha declarado no hace mucho que tanto el Flamenco como la Dieta Mediterránea son Patrimonio Cultural de la Humanidad de carácter inmaterial. Ahí queda eso…
Pero sigamos con nuestra historia y cerremos la de Adriá, que no solo tiene sus raíces familiares en la Región de Murcia, sino también -por si no lo sabíais- sus orígenes como cocinero, pues como él mismo ha contado en infinidad de ocasiones, su vocación de chef le surgió en mi vecina y querida Cartagena, ciudad en la que a comienzos de los años ochenta del siglo XX vino a cumplir el servicio militar en la Armada.
Allí el imberbe recluta fue destinado a cocinas, algo le verían los mandos al galgo, y en ellas trabó sana amistad con otro joven barcelonés que también ha sido un magnífico cocinero, el tristemente fallecido hace poco Fermí Puig, quien vislumbrando sus extraordinarias dotes culinarias le recomendó que tras la mili marchara a trabajar a un recóndito restaurante gerundense llamado El Bulli. Y a partir de ahí, el resto, ya es leyenda.
Aquí los tenéis, queridos amigos, los cantes de ida y vuelta, que van y vienen, que vienen y van, entre Murcia y Barcelona, entre Barcelona y Murcia, y en los que el caso de Ferrán no ha sido cosa aislada, ya que si hablamos ahora del Flamenco, la migración también se ha producido, pero en sentido inverso, es decir, partiendo desde Barcelona y siempre camino de La Unión, para desde allí, saltar al estrellato.
Como os decía antes, en mi pequeño pueblo de 21.000 habitantes se celebra todos los veranos el célebre Festival Internacional del Cante de las Minas, cuyo principal premio, la Lámpara Minera, hace ya tiempo que se ha convertido por derecho propio en la Champions del Flamenco, ese icónico trofeo que todos los artistas desean ganar por la proyección tan extraordinaria que les proporciona.
Y entre sus vencedores más destacados de siempre sobresalen con luz propia dos barceloneses de pura dinamita, poseedores ambos de un talento musical equiparable al de Adriá en los fogones. Me refiero a la barcelonesa Mayte Martin, dueña de una de las voces de terciopelo más hermosas que jamás se han escuchado sobre un escenario, que se alzó con el trofeo en 1987, y del indiscutible número uno del cante jondo desde hace décadas, el badalonés Miguel Poveda, que lo ganó en 1993.
Tengo que deciros que, si hablo de Miguel, no soy objetivo, porque lo hago de un amigo, pero creedme que no se ha visto artista igual en muchos años, pues siendo catalán y payo, algo en principio que debería haberlo alejado de la ortodoxia flamenca, su profundo conocimiento de los cantes, su dominio escénico, su voz, su ritmo, su compás y su entonación han hecho de él un artista de época. Y a fe cierta que la está marcando. En el Flamenco, estos últimos 30 años se escriben con la P de Poveda, auténtica insignia barcelonesa de oro y brillantes para orgullo de esta gran tierra.
Y, por cierto, me auto corrijo, porque en el caso de Miguel, el cante de ida no fue el suyo a Murcia, sino el de su padre a Barcelona, a la que emigró siendo un niño desde su originaria pedanía lorquina de La Paca. O sea, que en su caso, como en el de Ferrán, las idas y vueltas entre ambas regiones son una constante vital, y no sólo por el hecho de que actúe con frecuencia en mi localidad natal o de que tuviera el honor de hacerlo su Hijo Adoptivo hace unos años.
Pero no os vayáis a pensar que esto de los ancestros murcianos es algo exclusivo de Poveda, pues son muchas más las personalidades culturales barcelonesas cuyas familias provienen asimismo de Murcia, como la del showman Andreu Buenafuente, cuya madre era de Lorca, o la de su fiel escudero Berto Romero, con nada menos que un abuelo de Torre Pacheco y otros dos de La Unión -normal por tanto que haya salido tan gracioso-, desde la que emigraron para venir a trabajar a las minas de potasa de Cardona.
Capítulo aparte merece la bella localidad costera de Águilas, patria chica del inigualable Paco Rabal, y en la que tienen anclados sus genes grandes actores como Silvia Marsó y Jordi Rebellón, cuyos abuelos eras aguileños, o el mataronés Edu Soto, el célebre 'Neng' de Castefa, pues de allí también son sus padres.
Como ‘charnega' se definía a si misma la periodista y escritora Maruja Torres, cuya madre vino con su familia desde Cartagena, y de progenitora murciana, y además anarquista, como él bien se encargaba de recalcar con orgullo, era asimismo el inigualable Manuel Vázquez Montalbán, que además de dominar la literatura, de gastronomía en general, y de la de nuestras tierras en particular, también sabía un rato.
Y ante semejante carga genética de talento de origen murciano, transmitido de generación en generación, os pregunto: Barcelona, y por extensión el resto de Cataluña, ¿serían hoy igual sin aquellos murcianos, y añado andaluces, extremeños y manchegos, que vinieron a trabajar a estas latitudes, en las que se afincaron y crearon nuevas familias ya catalanas? Honestamente creo que no, y defiendo públicamente tanto ese mestizaje, como el mantenimiento de aquellas otras señas de identidad que, no siendo de aquí, el pueblo catalán ha sabido siempre querer y respetar, y de las que sin duda esta Casa de la Región de Murcia en Barcelona, y la magnifica labor que realiza, son el mejor exponente.
Pero como de cantes de ida y vuelta trata este pregón, y quedaos tranquilos porque ya voy terminando, os lanzo una última pregunta. Hemos hablado hasta ahora de la influencia, más o menos reciente, de Murcia en Barcelona, pero ahí va la otra… ¿sería igual la Murcia de hoy sin el legado que nos dejaron las repoblaciones, especialmente catalanas, que tuvieron lugar en la Edad Media con ocasión de la reconquista de aquellos territorios del sureste peninsular por el cristianismo?
Todos conocéis de sobra al gran Rey Jaime, conquistador de reinos y damas a partes iguales, pues ademas de la Corona de Aragón con Cataluña, ganó en el campo de batalla nada menos que los reinos de Valencia, Mallorca y Murcia, pero es que a modo de descendencia el Conqueridor dejó nada menos que 64 hijos reconocidos de casi una veintena de madres diferentes, con lo que nunca mejor apelativo pudo ser más descriptivo de tan santo varón.
Y lo traigo a colación porque se cumplen ahora 760 años del inicio de su campaña militar sobre Murcia, que culminó victorioso dos años después, y donde una vez expulsada buena parte de su población musulmana en dirección a Granada, el monarca decidió repoblar con 10.000 colonos catalanes, que evidentemente trajeron con ellos su lengua y su cultura.
Durante nada menos que tres siglos -entre el XIII y el XVI-, el catalán fue nuestra lengua, amigos míos, sobre todo en las grandes ciudades de Murcia, Cartagena y Lorca, donde la población de origen catalán superaba el 50%, y en relación a la cual el insigne Ramón Muntaner llegó a escribir que "en la ciudad de Murcia y su reino se habla el más bello catalán del mundo".
Con el paso de los siglos, ese catalán se fue perdiendo y ganando peso el castellano, pero al igual que los orgullosos e irreductibles galos de la aldea de Asterix y Obelix, en Murcia también supimos resistir y, de hecho, nunca perdimos las huellas de nuestras raíces catalanas, que hoy, en pleno siglo XXI, seguimos manteniendo.
Por eso disfruto sobremanera sabiendo que muy cerca de mi casa está la mejor playa de la Región de Murcia, que se llama Calblanque, y que junto a ella están otras tan bellas como las de Calnegre o Cala Reona, o que, atravesando las golas de La Manga del Mar Menor, nos encontramos con la imponente Isla Grosa, no muy lejos del conocido como Cabo Roig. Todo ello por no hablaros de los toponímicos del Campo de Cartagena que aún conservan su nombre catalán como Tallante, Sucina, La Serreta o Isla Plana, entre otros muchos.
O que mantenemos giros sintácticos como el ca, a modo de abreviatura de casa, que nosotros también seseamos o que usamos diminutivos vuestros como el ete, o también el ico, que nos trajeron en este último caso nuestros hermanos de Aragón.
Estoy muy orgulloso de que muchos de mis amigos se apelliden Barceló, Ferrer, Rosique, Celdrán, Guillamón, Reverte, Riquelme, Capel, Noguera, Meseguer, Miralles, Ballester, Soler, Viudes, Carbonel o Ripoll, como muestra inequívoca de los muchos siglos de permanencia de esa raigambre catalana en las dos extensas márgenes de la Vega del Segura que conforman la hoy conocida como Huerta de Europa, que va desde Murcia hasta Cartagena, y en la que en mañanas de boria, calzan sus esparteñas hombres y mujeres que a los bancales y motas van a trabajar…
Y por supuesto, y para concluir este repaso léxico, lo hacemos de nuevo con la gastronomía, donde los murcianos, como bien nos enseñasteis los catalanes, decimos oliva, tápena, bajoca o pesol, en lugar de aceituna, alcaparra, judía verde o guisante, ricos alimentos que cocinamos en llandas que se guardan en lejas, donde hay recipientes con solaje.
Sirvan estos ejemplos para darle la razón al maestro Justo García Soriano, cuando en su ‘Vocabulario del Dialecto Murciano’ apuntaba que "casi la mitad del léxico peculiar de la Región de Murcia es de origen catalán". Porque queridos amigos, lejos de las diferencias que algunos se obsesionan en resaltar para distinguirnos, la realidad es que estas son bastantes menos de las que aquellos pretenden, ya que son muchas más las cosas que nos unen y tenemos en común todos los pueblos de España, y donde, sin duda alguna, Murcia y Barcelona somos un ejemplo de primera división.
Y ya con estas palabras doy por concluidos mis cantes y mis viajes de ida y vuelta entre Barcelona y Murcia, entre Murcia y Barcelona, y con ellos mi pregón. Si me he excedido en el tiempo, mis disculpas por ello, pero es que me ha podido la pasión. Y si a alguien he molestado, desde este instante vaya también por delante mi petición de perdón. Tal y como nos requería el maestro Adriá, os aseguro que me ha salido del alma, y si antes ya quería a Cataluña, os puedo decir que desde hoy ese sentimiento ha crecido hasta el infinito. Somos hermanos, queridos amigos, siempre lo hemos sido, y siempre lo seremos.
Gracias una vez mas a todos por vuestra asistencia. Y, sobre todo, gracias a esta impresionante, formidable y legendaria Casa de la Región de Murcia en Barcelona, decana de las que tenemos en el mundo y a punto ya de ser centenaria, que me ha concedido el honor de ser vuestro pregonero, privilegio sin igual que siempre llevaré grabado a fuego en las entrañas de este corpachón, minero y flamenco, que hoy ha venido a rendiros este cariñoso y sincero homenaje desde el que ya es también vuestro pueblo de La Unión y en el que todos, no lo dudéis, tenéis en la mía, vuestra casa.
Así que concluyamos este acto como se merece y por eso os pido que gritéis todos conmigo: ¡Viva la Casa de la Región de Murcia en Barcelona! ¡Viva la Virgen de la Fuensanta! ¡Viva Barcelona! ¡Viva Murcia! ¡Viva Cataluña! ¡Viva España!
¡Muchas gracias y que empiecen nuestras Fiestas Patronales!