Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), el PIB per cápita de España en 2024 se sitúa en torno a los 28.756 euros. Una cifra que, a primera vista, podría hacer sonreír a más de un político oficialista. Sin embargo, la realidad es tan compleja como engañosa.
Retrocedamos a 1975. El PIB per cápita español rondaba los 15.000 euros. A simple vista, parecería que hemos duplicado nuestra riqueza. Pero aquí es donde comienza el gran fraude estadístico.
La inflación no es un número abstracto. Es un martillo que golpea sistemáticamente el poder adquisitivo de millones de familias españolas. Los cálculos son demoledores: desde 1975 hasta 2024, la inflación acumulada supera el 1600%. Cada euro de entonces equivale a una cantidad irrisoria en la actualidad.
Hagamos las cuentas que el gobierno prefiere ignorar. Esos 15.000 euros de 1975, ajustados por inflación, tendrían un valor real de aproximadamente 1.800 euros en la actualidad. El supuesto crecimiento se desvanece como un espejismo en el desierto económico.
Pero la manipulación va más allá de simples números. Detrás de cada estadística hay familias que luchan por llegar a fin de mes, jóvenes que no pueden emanciparse, trabajadores que encadenan contratos precarios. El PIB no cuenta esas historias. El PIB no siente el dolor de la desigualdad creciente.
Los economistas más críticos señalan un dato escalofriante: mientras el PIB nominal crece, la distribución de la riqueza se hace cada vez más desigual. Los más ricos concentran una porción cada vez mayor de la riqueza nacional, mientras la clase media se desangra en un goteo imparable de precariedad.
No se trata solo de números. Se trata de vidas. De expectativas rotas. De promesas incumplidas. Cuando un político compara cifras sin explicar el contexto, está mintiendo. No con palabras, sino con estadísticas.
La inflación es un impuesto silencioso que nadie vota, pero todos padecen. Cada vez que se comparan cifras sin ajustar por inflación, se comete un fraude intelectual. Es como comparar naranjas con manzanas podridas, y esperar que el pueblo no note la diferencia.
España merece un debate económico honesto. Necesitamos políticos que expliquen la realidad, no que la maquillen con estadísticas trucadas. Necesitamos transparencia, no propaganda.
Los números pueden mentir. Pero los ciudadanos saben leer entre líneas.