Tarradellas: en política se puede hacer cualquier cosa, menos el ridículo

El Año de Franco y el Ridículo de Sánchez

Afirmaba el añorado Josep Tarradellas que en política se puede hacer cualquier cosa, menos el ridículo, una frase posiblemente válida para cualquier otro tiempo, que no necesariamente tuvo por qué ser mejor, pero sí, desde luego, tiempo pasado de los que, según parece, ya no volverán.
El comodín de Franco
photo_camera El comodín de Franco

La calaña política actual se ha empeñado en hacer el ridículo un día sí y otro también, constantemente y sin muestra de pudor alguno, para sonrojo no ya de ellos, encantados con sus propias gracietas, sino del conjunto de una ciudadanía que asistimos, algunos al menos, atónitos e indignados, a la tragicomedia en la que han convertido su pasar por el escenario de la política. Pero esto es como el mercado, amigos: que si hay oferta de producto, y a buen precio, es porque hay consumidor que lo demande. Y el problema es que estamos ya pagando más por el pellejo de pollo que por el lomo de aguja. Pero es lo que hay, que el cliente manda…

Lo cierto es que uno se plantea ya seriamente si no será que aquella máxima de Tarradellas no ha sufrido un repensado en todos estos años por tanto especialista en comunicación y marketing político como actualmente pueblan las sedes de los partidos para convertir el significado de la frase en todo lo contrario: algo así como haz el ridículo también si ya lo has hecho todo en política, que nadie te lo reprochará. Y es que, sinceramente, uno ha visto ya tanto que no sería de extrañar que estemos ante la versión política de aquella campaña publicitaria de hamburguesas que promocionaba la potencia de sus parrillas con el curioso dato de ser la cadena de establecimientos de este tipo que más incendios en sus locales había sufrido a lo largo de la historia.

Solo así se explicaría uno la constante torpeza de políticos en activo como Carlos Mazón -sin despreciar a más de un miembro de su gobierno-, Presidente de la Generalitat Valenciana, cada vez que ha intentado aclarar y volver a aclarar su inexplicable ausencia en los peores momentos de la DANA sufrida por varias localidades valencianas el pasado mes de octubre. Cada vez que le ponen un micrófono delante al hombre, nos deja con la duda de si lo que procede es reírse por su enésima ocurrencia o si habría que correrlo a gorrazos. A él y, posiblemente, a quien le da las pautas de sus estrategias comunicativas, que o es un genio o un absoluto despropósito.

Claro que, para no perder comba con el anterior, la última de nuestro Gobierno de España con su inimaginable año Franco, con el que nos hemos topado estos días. Un evento que ha merecido, nada menos, que una inauguración con Pedro Sánchez al frente de todos y cada uno de sus ministros en el Auditorio del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, este pasado 8 de enero, para presentar su “España en libertad. 50 años”, con el que se conmemora la muerte del dictador en 1975 medio siglo después. Algo para que, esto sí, nos dé la risa por el trampantojo que nos pretenden colar a base de una media de un acto cada tres días que nos recuerden que Franco murió en la cama sin nadie que le tosiera, cuando el PSOE no era nada, absolutamente nada, sino un partido con apenas 3.600 afiliados reconocidos un año antes, en su congreso de Suresnes.

El Gobierno nos quiere contar, ojo, que en 1975 llegó la libertad a España. Y esto es algo a lo que hay mucho que objetar, por pura lógica, y porque la fecha ni es la cierta ni, si se quiere conmemorar de verdad lo que pasó, es correcta.

En 1975 simplemente se produjo un hecho biológico: la muerte de Franco. Y nada más. Porque un simple mirar la historia, algo que es verdadero anatema en nuestros días, demuestra que lo que tenía que haber pasado tras fallecer el dictador ya estaba atado y bien atado por él mismo desde hacía años. Lo expresó el propio Franco dirigiéndose a todos los españoles el 30 de diciembre de 1969 en su discurso de fin de año, en referencia a la designación de Juan Carlos de Borbón como su sucesor frente a “las dudas sobre la continuidad de nuestro Movimiento”, como llegó a decir. Es más: la proclamación del propio Juan Carlos por las Cortes franquistas como sucesor del dictador se produjo en su sesión del 22 de noviembre de 1975, en virtud de la aplicación de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947, habiendo jurado como su nombramiento como sucesor de Franco el propio Juan Carlos ante esas mismas Cortes el 22 de julio de 1969.

Lo que torpemente celebramos a iniciativa de este Gobierno de PSOE y Sumar, por tanto, no es más que eso: que Franco se murió de viejo. Y algo más: que hace exactamente ahora cincuenta años, en 1975, y como estaba previsto, se cumplió la voluntad del dictador de que España siguiera siendo tras su muerte un Estado autocrático gobernado por un Jefe del Estado impuesto por quien ganó una guerra civil y sometió España a una dictadura de espadón. Porque eso, y no otra cosa, es lo que sucedió hace medio siglo, y es lo que Sánchez y su Gobierno nos quieren hacer conmemorar.

Tal es el absurdo de este Gobierno que ni sabe ni entiende lo que ha sido la España del país que ha de dirigir, que pone en un pedestal justo a quien pretende que hay que olvidar, dando torpemente alas a tanto nostálgico anaftalinado a los que saca del armario simplemente para poder decir que ahí están, que son el enemigo a batir, y que sin los que hoy habitan Moncloa corremos un gravísimo riesgo de involución. Por eso les digo que sería de risa el tema si no fuera porque junto a nosotros observamos espectadores de este vodevil que creen estar asistiendo al estreno del siglo cuando realmente se la están metiendo doblada.

Si Pedro Sánchez y el Gobierno de España realmente hubiera querido reconocer y conmemorar el advenimiento de las libertades políticas en España tenían fechas clave que poner en un cartel que, desde luego, no se corresponden con 1975. Podían haber escogido las más icónica de todos, la del 6 de diciembre de 1978, del referéndum con el que el pueblo español ratificó la Constitución, lo que hubiera dado el protagonismo al conjunto de la ciudadanía como depositaria de la soberanía nacional. Podían igualmente haber optado por el 31 de octubre de 1978, fecha en la que el Congreso aprobó el texto constitucional definitivo, con lo que incluso podrían los socialistas haber jugado a recordar los cinco votos en contra y las dos abstenciones de diputados de la entonces Alianza Popular frente a los nueve votos afirmativos de otros tantos diputados populares.

O ya puestos, podían haber señalado el 15 de junio de 1977 como fecha fundamental en la recuperación de la libertad por los españoles por ser la de las primeras elecciones democráticas en España tras la dictadura, con la participación de siglas como las del PCE, que quedó en tercer lugar tras UCD y PSOE, o de nacionalistas vascos y catalanes tanto de izquierda como de derecha. Y hasta podían haber escogido la fecha de la Ley de Amnistía del 15 de octubre de 1977, por lo que supone de carpetazo a los actos perseguidos por el sistema hasta entonces por motivaciones políticas y primera ley aprobada por las primeras Cortes, ley tampoco apoyada por AP, que la tildó incluso de “vía hacia la anarquía”. Que tenían para elegir y para jugar incluso, vamos.

Claro que cualquier fecha más allá de un cincuenta aniversario en este 2025 colocaría a Sánchez en la complicada tesitura de, simplemente, tener que aguantar hasta 2027 ó 2028, cosa que, básicamente, cada día tiene más difícil por esto de presentarse como único adalid posible en la defensa numantina de nuestras libertades frente al fascismo que nos acecha. Y por eso, para poder mantenerse ocupando tribuna, este ridículo de festejar, y por todo lo alto, con el séquito de sus ministros como claque y proclamando el año Franco, la desaparición física de la causa de todos sus fantasmas sacándolo de nuevo a pasear, ignorando lo que de verdad pasó en este país un día y, sobre todo, negando una realidad incontestable e insoportable para ciertos adanes como él: que la libertad se ganó por el acuerdo de quienes procedían de posiciones políticas encontradas, se trabajó en una mesa de acuerdo entre quienes pensaban distinto, y se confirmó con el consenso de quienes de partida aspiraban a realidades diferentes. A quienes, en suma, supieron hacer política.

Y sin hacer el ridículo, como dijo Tarradellas. Ni más ni menos.

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