El hombre clave en la Transición española, Torcuato Fernández-Miranda: “ir de la ley a la ley a través de la ley”

TORCUATO FERNÁNDEZ-MIRANDA EL CONSTRUCTOR DE LA TRANSICIÓN

La Transición española sigue siendo una de las épocas menos conocidas en profundidad por el común de la ciudadanía, pese a ser hoy al mismo tiempo objeto de esas discusiones bizantinas que nos gusta mantener en nuestro país, al considerarse por unos como el momento de ruptura entre un régimen dictatorial y un modelo plenamente democrático, mientras que otros lo ven como, justamente, el proceso de consolidación del franquismo tras la muerte del dictador.

Torcuato Fernández-Miranda
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Resulta sorprendente que los españoles hayan tenido la oportunidad, por ejemplo, de saber de las circunstancias del proceso de democratización de Sudáfrica a través del perfil de Mandela pero, sin embargo, no haya habido labor de divulgación similar sobre algo tan nuestro como la Transición, que siempre se nos presenta tan solo tangencialmente, como escena de atrezo de otras historias principales. Y uno se pregunta sobre el porqué de esa especie de miedo, vergüenza o aversión a tratar la Transición como objeto mismo del relato.

Le propondría un reto a cualquier productor, guionista, director de cine que quisiera aceptarlo. Y miren que puede ser teóricamente sencillo, porque se trata de un periodo cronológicamente tan intenso como breve: justo el que transcurre desde la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, y el referéndum aprobatorio de la Constitución, el 6 de diciembre de 1978. Poco más de tres años que cambiaron España y convirtieron un país marginado en la escena internacional en un Estado plenamente homologado y reconocido por los de su entorno.

Pero como todas las historias que se cuentan necesitan de un protagonista, y más aún cuando los hechos que se pretenden trasladar al público en forma narrada han ocurrido realmente, habría que fijar bien sobre quién gira todo lo que se quiera contar…

La Transición española se ha atribuido prácticamente siempre a dos protagonistas principales: Juan Carlos I y Adolfo Suárez, Jefe del Estado sucesor del dictador el primero, y Presidente del Gobierno por tres veces el segundo, designado en primera instancia directamente en julio de 1976, y democráticamente por dos veces, mediante elecciones a Cortes constituyentes en junio de 1977, y luego en el primero de los mandatos constitucionales en marzo de 1979. Pero sin duda hay una tercera persona que nunca ha tenido el renombre, la fama y, sobre todo, el reconocimiento por los hechos históricos y sus consecuencias derivadas que conforman esos pocos, pero excepcionales, años que conocemos como la Transición española. Y se trata precisamente del hombre que ideó, diseñó y consiguió de facto el llevarla a cabo. El hombre que desde el franquismo pergeñó ese tránsito, como él mismo lo definió para “ir de la ley a la ley a través de la ley”, el lema más perfecto que se haya dado jamás de lo que es el reformismo político: Torcuato Fernández-Miranda y Hevia.

Para alguien como quien les escribe, apasionado hasta la obsesión de esos icebergs misteriosos que esconden bajo el agua, lejos de la visión del espectador, hasta un noventa por ciento de lo que realmente son, la Transición española ofrece un espectáculo impresionante cuando se escudriña en su intrahistoria, o mejor dicho quizá, en las muchas microhistorias que se ocultan a la vista y que conforman definitivamente lo que conocemos. Descubrir cómo ha sucedido lo que sabemos es la mejor manera de contemplar la verdad. Al menos desde la más amplia perspectiva posible. Y conocer la vida y, sobre todo, la obra de Torcuato Fernández-Miranda seguramente nos ayudaría a descubrir muchas de las realidades que se dieron cita en aquellos años de la Transición, ayudándonos igualmente a resolver muchas de las controversias que, a veces, tanto nos distraen en nuestros debates de tirios y troyanos.

Existen, para poderlos leer, muy completos estudios sobre el papel de Torcuato Fernández-Miranda en el devenir de España desde la dictadura a la democracia. Citaré a modo de ejemplo algunos de los que me han parecido más ilustrativos, como La gran desmemoria, de Pilar Urbano (2014) o Adolfo Suárez, ambición y destino, de Gregorio Morán (2009), además de otros como Lo que el Rey me ha pedido, de Alfonso y Pilar Fernández-Miranda (1995), o El guionista de la Transición, de Juan Fernández-Miranda (2015). Y hay, efectivamente, una película sobre el propio Torcuato Fernández-Miranda, de 2017, dirigida por la catalana Silvia Quer en 2017, estrenada por RTVE aunque con escasa repercusión, una muy interesante visión cinematográfica que, sin embargo, se encuentra con la dificultad de encerrar tanta historia, con tantos matices y tanto desarrollo en un escaso metraje de hora y media.

Todas las anteriores referencias, y alguna más, ofrecen visiones bastante comunes de un personaje indispensable en la historia más reciente de España, pero parece obvio que no han conseguido llegar al público cuando nadie hoy parece recordar o saber siquiera quién fue el gran artífice de esa Transición por la que pasamos de un régimen de dictadura a una democracia constitucional. Quién fue el pensador y autor real de ese ingenio para convertir en solo tres años las instituciones de un país en algo completamente distinto a lo anterior, en un ambiente absolutamente hostil al cambio desde un sector reacio a perder el poder, y con otro desde su justa y legítima ambición de alcanzarlo totalmente decidido por la ruptura a cualquier precio. Que entre ambas posturas venciese la más complicada y la menos aparentemente viable en ese momento, el de la reforma de las instituciones franquistas para convertirlas en democráticas, tiene un responsable principal que, injustamente, sigue siendo el más desconocido frente a los otros dos, Juan Carlos y Suárez. Ese gran ignorado es Torcuato Fernández-Miranda.

La gran diferencia entre Fernández Miranda, por un lado, y Juan Carlos I y Adolfo Suárez, por otro, posiblemente sea el factor biológico de la edad. En 1975, al morir Franco, Fernández- Miranda tenía 61 años recién cumplidos, mientras Juan Carlos I tenía 37 años y Adolfo Suárez contaba con 43. Pero, sobre todo, la diferencia es que ninguno de los dos últimos se imaginaba su propio destino y misión cuanto el primero fue designado preceptor del entonces príncipe Juan Carlos en 1969, lo que supuso ver ya la oportunidad, con una antelación de varios años, de empezar a trabajar por hacer realidad su proyecto de modernización, democratización y homologación de España con el resto de países occidentales, superado el franquismo. Una visión tan extraña como ineludible en una persona de marcado carácter independiente ante las diferentes familias convivientes del régimen, con cargo en el mismo nada menos que como ministro-secretario general del Movimiento (partido único durante la dictadura), pero convencido de la necesidad de que España avanzara con paso firme, aunque al mismo tiempo meditado para salvar los evidentes obstáculos, hacia la democracia.

Fernández-Miranda, designado por Juan Carlos I como Presidente de las últimas Cortes franquistas, aunque ya sin Franco, es el autor de aquel documento fundamental, una vez desaparecido Franco, y que desde la ley, como una más de las Leyes Fundamentales, la octava de ellas, aprobada por las propias Cortes franquistas tras las siete anteriores promulgadas en vida del dictador, entre 1938 y 1967, y que constituían el entramado pseudo-constitucional del régimen debía llevar a España a la ley, finiquitando formalmente todo lo anterior, y dando paso a un régimen nuevo regulando el proceso de elección democrática de las Cortes para la elaboración en comisión de un texto constitucional. Y precisamente por ser una ley votada por esas Cortes franquistas en 1976 ese paso se hizo a través de la ley, como una ley más del régimen a extinguir.

La octava de las Leyes Fundamentales del franquismo, conocida como Ley 1/1977, para la Reforma Política, fue elaborada por Fernández-Miranda en un fin de semana, el del 21 y 22 de agosto de 1976, a partir de los numerosos textos elaborados por eminentes juristas del momento a petición de Suárez: cinco artículos, tres disposiciones transitorias y una disposición final que lo cambiaron todo.

Parece que, cuanto menos, merecería la pena saber algo de quien tanto hizo y a quien tan poco se le ha reconocido incluso, seguramente, por sus propios contemporáneos.

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