¿Han escuchado Uds. a Errejón decir que eso que antes él mismo defendía es una necedad? Porque yo todavía no…

Errejón, con el "Núcleo Irradiador" al aire

Tiempo tendremos, seguro que sí, de hablar de cosas importantes como las primeras decisiones de Trump como renovado presidente de la gran potencia global, de las maniobras gubernamentales de Sánchez para controlar Telefónica ahora que tanto interesa lo que guarda un teléfono móvil, o de si tendremos final del Mundial de 2030 de fútbol en Madrid o en Barcelona. Pero hasta entonces les comentaré sobre una banalidad tal como la de qué terminan demostrando ciertos políticos de lo que ellos mismos predican.

Errejón regando su jardín con su famosa manguera
photo_camera Errejón regando su jardín con su famosa manguera

Les juro que me propuse no opinar sobre el caso Errejón, esa extraña hoguera de las vanidades que hemos descubierto que ardía, y parece que con bastante carga calorífica, en uno de los políticos de la nueva izquierda. No quería meterme en tal berenjenal porque las circunstancias del caso parecían anunciar más chisme baratero de revistilla de papel cuché que una cuestión realmente seria. Y no voy a negar que pudiera ser cierto que hace unos años el tipo se hubiera podido propasar con una señora en el cuarto oscuro de una fiesta pensando que la volvía loca cuando ella realmente no quería ir más allá de un apasionado ya veremos, algo absolutamente legítimo, no. Aunque esto es más cosa de que lo decida el juez. Pero sí me han llamado la atención determinadas circunstancias del suceso, digámoslo así, colaterales, que me preocupan tanto más que el fondo del asunto y las versiones concurrentes de lo que pasó, versiones que solo pueden proceder de los protagonistas y de sus particulares perspectivas. Y allá ellos con sus estrategias de defensa, sus intereses ocasionales, y que con el magistrado se entiendan. Ya sabremos en qué queda la cosa.

Pero resulta que este caso de chichinabo, de los que hay actualmente miles en los juzgados de este país, nos ha dado posiblemente una bofetada de realidad. A unos, evidentemente, más que a otros. Y sobre estos aspectos colaterales, que igual son la verdadera molla del asunto, sí me parece oportuno que debiéramos recapacitar, porque está siendo todo un verdadero espectáculo.

Lo primero, por el hecho de que solo horas, si no minutos, después de que la denunciante y el denunciado hubieran comparecido en el juzgado pudiéramos todos tener en nuestras pantallas sus declaraciones respectivas. Algo absolutamente irregular, e ilegal, que está expresamente prohibido, porque la investigación de un posible delito ante el juez de instrucción es una fase del proceso reservada a las partes, por lo que su contenido ni es público ni puede difundirse. Sin embargo, y no es la primera vez ya, sobre todo en aquellas instrucciones en las que se ven implicados personajes relevantes, hemos podido verlos y escucharlos declarar en el juzgado, lo que supone una intromisión en el derecho a la propia imagen, al honor y a la intimidad de cualquier ciudadano, se llame como se llame y esté emparentado con quien lo esté. Parece, sin embargo, que hemos dado por bueno este proceder de quienes buscan con estas maniobras simplemente generar un juicio social en la opinión pública que, posiblemente, no se identifique luego con las decisiones judiciales que procedan, para incomprensión del vulgo.

Pero aceptemos pulpo como animal de compañía y recordemos, eso sí, que nos puede pasar mañana a cualquiera: que nos veamos declarando judicialmente sobre las circunstancias de un divorcio, sobre un siniestro de tráfico, o sobre unas facturas mal declaradas, en los wasaps de amigos y conocidos; y vayamos a otra cuestión llamativa, la de la actitud de un juez preguntando, tanto a una parte como a la otra, con una agresividad inusitada e inexplicable. Y no, no me vale lo de que para saber la verdad haya que ser rudo si cabe, porque lo que no cabe es hacer preguntas del modo como se le oye plantearlas al juez instructor a las partes. A las dos. Porque ni parece procedente preguntarle a Errejón sobre la contradicción entre haber defendido la validez absoluta de una denuncia de una víctima de agresión sexual sin más y ahora defenderse justamente de una acusación así, cuando lo que se investiga es si algo pasó o no pasó, ni la actitud del juez instructor al contrastar versiones con la víctima parece la más indicada, por el tono grosero y áspero, sin necesidad de ello, con el que se plantearon determinadas preguntas, con una agresividad inexplicable.

Pero más allá de todo lo anterior, seguramente anecdótico y de lo que nunca habríamos tenido conocimiento de no ser por la fama pública de, al menos, uno de los protagonistas de la historia, lo verdaderamente relevante de la cuestión vino cuando Errejón respondió al juez justificando su dimisión de sus responsabilidades políticas “porque militaba en un espacio político que tiene a gala defender que cualquier testimonio, aunque sea anónimo y aunque sea en redes, es plena y directamente válido, y es obvio que yo no puedo militar en un espacio así y defender mi inocencia”. Literal. Es más, Errejón manifestó haber vivido “una incoherencia política” precisamente “por tener que defender su inocencia”.

Y aquí es donde uno se queda maravillado ante el razonamiento de quien considera alguien formado y con un pensamiento mínimamente lógico y coherente. Porque es sencillamente alucinante que se pretenda que un posicionamiento ideológico está por encima de un derecho fundamental como el de la presunción de inocencia. Y es que esto es lo que Errejón nos dice: que sí, que hay que dejar la política, la activa al menos, cuando la realidad te pone delante el que te tengas que defender de una acusación, la que sea, que consideras falsa. Es decir: la ideología por encima de todo sin aceptar algo tan elemental como que quien acusa es quien tiene la carga de probar aquello que imputa a otro. Sin asumir que esto que nunca te iba a pasar a ti también te puede acabar sucediendo como a cualquier hijo de vecino, y que por eso hay un constructo social y jurídico generado hace más de dos siglos por la razón humana para preservar el derecho de todos frente al abuso de algunos. Sin querer ver que las cosas son como son, y seguramente como deben ser, porque no son así por casualidad, porque hace mucho tiempo que hicimos las revoluciones que algunos creen que son ellos los llamados a protagonizar. Eso sí, hasta que te pasa a ti. Y ahí la ideología se acabó. ¿Han escuchado Uds. a Errejón decir que eso que antes él mismo defendía es una necedad? Porque yo todavía no…

Por eso lo de Errejón ni es honestidad ni se le parece. Ni mucho menos. Ha sido una gran cobardía, si no la mayor, anteponiendo su conveniencia a su convicción. De un político serio habríamos esperado que mantuviera la posición cuando se cree que lo que se predica es lo correcto. Y así debiera automáticamente haberse declarado culpable de la agresión por la que se le ha denunciado. Pero es que, de hecho, tampoco ha tenido la dignidad de hacer lo segundo que se le exige a cualquier político después de lo de ser fiel a sus principios: reconocer, en su caso, el error. Porque en ningún momento le hemos oído reconocer que su posicionamiento, el de su formación política, el de toda una línea ideológica como la suya, sea un disparate. Para él es, simplemente, una “incoherencia” que se soluciona dimitiendo. Y defendiendo su presunción de inocencia, claro. Esa que ha negado a los demás.

Y aún más, porque por lo que sabemos el ya ex político trata ahora de demostrar que la denuncia está provocada por un interés económico, y por ello ha pedido al juez que investigue si la denunciante ha cobrado y cuánto por salir en programas televisivos contando la experiencia. E igualmente que se incorpore a esta instrucción la anterior denuncia de su ahora acusadora frente a una pareja anterior que se archivó sin consecuencias por “falta de coherencia”, tratando así de desacreditarla como reincidente. Y resulta que esta defensa, solo porque la practica ahora Errejón, ya no es una actitud machirula, porque esta denuncia, esta sí, tenemos que creer que es falsa por motivos crematísticos y/o porque a la señora en cuestión le da de vez en cuando por acusar de abusos en falso.

Hubiera sido más honesto que Errejón se defendiera como cualquier persona y reconociera que ha estado promoviendo una barbaridad durante años. Y que ahora que alguien le quiere tocar los núcleos irradiadores se dejara de supuestas incoherencias para asumir públicamente que todo, al final, era una farsa. Que le den la razón en el juzgado será la mejor prueba posible. Que no se la den, la demostración de que no fue nunca de fiar en ningún caso, ni de palabra ni de bragueta.

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